Enrique Visconti Galluzzi. Centenario de un crimen

DestacadoEnrique Visconti Galluzzi. Centenario de un crimen
Don Enrico Visconti Galluzzi 1865- 1916 001
Foto del Archivo de Ernesto Visconti Elizalde publicada en el Heraldo de Chihuahua

No se sabe, bien a bien, cuál fue la razón precisa por la que los hijos de Francesco Visconti y Felice Galluzzi decidieron, en distintos años, dejar el pueblito de Giffoni Valle Piana, en Salerno, Italia; para irse a fare l’America. Fueron esos años, los del último tercio del siglo XIX, unos de intensa migración desde casi todos los países europeos hacia América, concretamente a los Estados Unidos. Con la salvedad que los hermanos Visconti Galluzzi decidieron, por alguna razón poco clara, que ellos migrarían hacia México.

Giuseppe llegó primero, ingresó a México en 1874. Vincenzo, en 1880; y pronto se les unirían Rosa, que venía casada ya con Carlo Basanetti;  Rafael y finalmente, el más joven, Enrico Nicola Alfonso. Este último, el centro del presente escrito y homenaje luctuoso.

Todos llegaron con el ánimo de asimilarse lo antes posible al nuevo país que ahora los acogía. Por eso castellanizaron sus nombres, ahora eran José, Vicente, Rosa, Rafael y Enrique.

Los hermanos Visconti se establecieron en el estado norteño de Chihuahua, principalmente en Santa Rosalía de Camargo y empezaron a prosperar desde que llegaron. Se sabe que José y Vicente se dedicaron con éxito a la minería, llegando a establecer en 1893 la Compañía Minera “La Camarguense”, entre cuyos socios figuraban fuertes empresarios regiomontanos, y uno particularmente famoso: Porfirio Díaz, Presidente de México. Otra actividad que abrazaron desde un principio fue la ganadería, negocio al que se dedicaría gran parte de la familia en el transcurso de los siguientes años.

En perspectiva, hay que decir que a la postre a Vicente y a Enrique no les fue muy bien.

Vicente Visconti, después de 3 décadas de trabajo, logró acumular algunas propiedades y negocios que le permitían mantener una muy buena posición. Sin embargo, en 1913, fue “visitado” por una de las tantas facciones revolucionarias y le propinaron “en nombre de la causa”, un menoscabo muy importante en su patrimonio, al grado que llegó a tener, después de eso, graves problemas económicos que le orillaron, en su calidad de extranjero, a presentar en 1914 a través del cónsul italiano, una reclamación al Gobierno de México por los daños y perjuicios que le causaron los revolucionarios.

Carátula Sec Rel Ext Vincenzo Visconti
Carátula del expediente del reclamo de Vicente Visconti, localizado en el Archivo «Genaro Estrada» de la Secretaría de Relaciones Exteriores

Desde luego, esa medida no prosperó dado que, según resolvió el gobierno mexicano, las afectaciones no fueron provocadas por el gobierno mismo, sino por un grupo de facinerosos.

Vicente Visconti Galluzzi
Don Vicente Visconti

Pero Vicente no consideró oportuno esperar en México el resultado de todas sus gestiones, así que en 1913, junto a su esposa Carmen Cordero y sus hijos Vicente, Carmen, Arcángel, Francisco,  Edelmira, María, Yolanda, Salvador y Joselena, se vio forzado a dejar el país para irse a vivir a El Paso, Texas. Tumba de Vicente Visconti en el El Paso TexasToda esa cadena de hechos lamentables, además del que le ocurrió a su hermano Enrique, le hicieron sufrir por los siguientes años, una depresión tal, que bien puede haber sido la causa por la que, decidió tristemente darse un balazo en la cabeza el 15 de noviembre de 1930.

Por su parte, Enrique, el menor de los hermanos, se casó en 1890 con Doña María de Jesús Picazo, con quien tuvo 2 hijos, Enrique y Jesús. Él, como propietario del rancho Encinillas, localizado en el municipio de Camargo, muy cerca de la línea divisoria con Coahuila, empezó a destacar en la actividad ganadera a fines del siglo XIX y principios del XX.

Enrico Visconti joven
El joven Enrique Visconti

 

Vis
Don Enrique Visconti y Doña María de Jesús Picazo

Aunque como ya se adelantaba, su final no fue mejor que el del propio Vicente, pues fue precisamente en su rancho donde murió, hace justamente 100 años, los que se cumplen este día 14 de marzo del 2016.

Enrique Visconti, o Enrico Nicola Alfonso, murió a las 10 de la mañana del martes 14 de marzo de 1916. Sólo habían pasado 5 días del golpe asestado por Villa a Columbus, Nuevo Mexico y, motivado por eso, el gobierno de los Estados Unidos inició la llamada «Expedición Punitiva» en todo el territorio del estado de Chihuahua, bajo el mando del General Pershing, y con el objetivo central de capturar y castigar ejemplarmente a Francisco Villa.

Enrique Visconti murió asaltado, según algunas versiones, por grupos revolucionarios relacionados con las fuerzas villistas. Aunque otros aseguran que no es tal, que fueron simples bandoleros y abigeos.

Este crimen recibió una amplia reseña periodística en Estados Unidos, incluso en lugares lejanos como The Oregon Daily Journal y The Charlotte News, en los que se reproducían las notas publicadas en los diarios de Texas.

El San Antonio Express, el día 19 de marzo presentó brevemente la noticia en su página 5: ITALIAN RANCHMAN KILLED, resaltando que Enrique Visconti era miembro de la Texas Cattle Raisers’ Association. Por otro lado, llama la atención que su texto mencione que su viuda y sus dos hijos menores, bien pudieron haber corrido la misma suerte, si no fuera porque habían abandonado el rancho apenas unas horas antes.

En El Paso Herald, en la página 2 de su edición del 20 de marzo de 1916 consignaba: ITALIAN KILLED BY A BANDIT BAND y como subtítulo “Enrico Visconte (sic) Murdered On His Ranch Of Santa Rosalia, Mexico”. Según esa nota, los perpetradores del crimen eran una banda formada por jóvenes, predominantemente menores de 20 años, y que eran liderados por quien se hacía llamar, bajo el seudónimo de Leonardo de la Barra. Asegurando además que estos individuos eran los mismos que habían participado en el secuestro de Juan Bilbao, apenas el 6 de marzo anterior. Juan Bilbao estaba casado con una hija de Carlo Basanetti y Rosa María Visconti.

De todo lo sucedido en el rancho Encinillas, fue informado Vicente Visconti a través de un telegrama enviado por el señor Tiburcio García. Todo esto movió a la comunidad italiana para enviar, a través de Vicente Visconti y firmado por los más prominentes italianos en El Paso, un mensaje y una protesta al Embajador italiano en Washington, con copia para el Ministro en México. En esa protesta, Vicente Visconti indica que el crimen fue cometido por “soldados revolucionarios”, solicitando que ese reclamo fuera elevado al mismo Departamento de Estado para su seguimiento.

El mismo El Paso Herald, en su página 2 del día 27 de marzo de ese año, presenta los detalles de lo acontecido en el artículo DEMANDS MONEY, HAS NONE, SHOT. Details of Murder of Italian Citizen by Villistas Received in Letter. Según el cual, Wenceslao García Montoya, amigo de la familia, mediante una carta dirigida a Vicente Visconti, relata a este las incidencias de ese día. Narra García que se presentó temprano el 14 de marzo de 1916, un comprador de ganado, llamado Romualdo Carrasco, quien se había trasladado al rancho de Encinillas con la intención de comprarle a Enrique Visconti algunas cabezas. Estando en medio de la negociación, muy cerca de los corrales donde estaba el semoviente, se presentaron de pronto, inadvertidos, 28 jinetes, quienes llegaron preguntando qué es lo que estaban haciendo los ahí presentes, a lo que García Montoya respondió que se encontraban en una compraventa de ganado. “¡Ah, así que tienen dinero!”, dijo uno de ellos burlonamente. Tiempo seguido Enrique Visconti fue apartado de ahí, y se le dijo que si pagaba cinco mil pesos (poco menos de 210 dólares en ese momento), él sería liberado, de lo contrario lo matarían. A lo que replicó no tener esa cantidad en el rancho. Entonces, sin esperar a nada, el líder le apuntó con su pistola y lo mató. Eso ocurrió a la 10 de la mañana. Según el testimonio de García Montoya, a él no lo mataron por ser mexicano. Después del crimen, esa banda saqueó el lugar, tomando todo lo que quisieron. Sacrificaron ganado sin razón, desperdiciando la carne y causando grandes destrozos. García Montoya fue liberado hasta las 5 de la tarde, cuando los gavilleros decidieron marcharse hacia el suroeste. Este, problablemente ayudado por Carrasco, cavó la tumba en la que enterraron a Enrique Visconti.

 

tumba
La tumba de Don Enrique Visconti (Cortesía de los hermanos Visconti Solis)

 

Esa nota finaliza diciendo que Vicente Visconti le instruyó de vuelta a García Montoya, que recuperara el cuerpo de su hermano e hiciera los arreglos para llevarlo hasta el Paso, Texas, para su entierro formal. Cosa que no se cumplió, pues Enrique Visconti yace aun en Encinillas. Es de suponer que su viuda así lo decidió finalmente.

Nota Final: Este muy breve escrito, pretende hacer un homenaje muy sentido a la vida de Enrique Visconti Galluzzi, a 100 años de su muerte. Recordando junto con él, también a los que ahora ya lo acompañan.

En caso de que hiciera falta alguna precisión o corrección, se pide atentamente se haga saber por este medio.

Todos los Derechos Reservados. Prohibida su reproducción, por cualquier medio, total o parcial.

Desasosiego

Desasosiego

– ¿Un ratón? – Se preguntó.

Ni siquiera se lo contestó, tomó la almohada y le hundió la cara. Un pánico inexplicable la había dominado a partir de que la última gota de luz vespertina se diluyó en la noche. Dos horas después ahí seguía, inmóvil y tratando de adivinar la forma de las cosas en medio de la obscuridad.

Se tuvo que asomar para respirar mejor, aunque fuere el aire extrañamente helado de la habitación. Una tenue luz de una luna roja se filtraba por el manto de nubes negras que la tenía secuestrada allá arriba, hasta meterse de a poco por la diminuta y única ventana de la buhardilla. No obstante, ese tímido haz le daba suficiente para distinguir el filo de la mesa y, desde ahí, perfilar la jarra con agua y algo cruciforme en la pared. Con toda seguridad algún crucifijo colgado que no notó cuando entró.

Después de un prolongado espacio en el que tardó en decidirse, por fin saltó al piso para dar los dos pasos que la separaban del apagador del foco. Ella, agitada, supuso que bastaría guiarse por el tacto, seguir la moldura rústica de la puerta hasta asir la perilla y, a unos 15 centímetros, según calculó, podría alcanzar el botón. Inexplicablemente, aquella maniobra aparentemente sencilla, resultó fallida por un lapso que se fue estirando demasiado, al grado que, acusando taquicardia, llegó a pensar que el apagador había desaparecido.

Hizo un esfuerzo por serenarse. Respiro hondo mientras se repetía una y otra vez que no era posible que desapareciera lo que hace apenas unas horas se encontraba justo ahí, a un lado de esa puerta. Después de porfiar en contra de esa absurda situación, lo palpó al fin, no sin soltar un ridículo grito de júbilo. Empero, aquella alegría espontánea fue fugaz, se encontró completamente frustrada al confirmar que el foco simplemente no prendía. No había corriente eléctrica.

Su siguiente pensamiento fue ir a quejarse con el encargado de la hostería.

Abrió la puerta sin meditarlo mucho, pero el ímpetu inicial se difuminó después de la fuerte impresión que recibió y terminó por descorazonarla. Se encontró con un pasillo largo y lóbrego al que no se le distinguía un fondo, ausente de luz y sin una sola señal de vida, aquello la confinaba de regreso al cuarto.

– ¿No estaba ocupado totalmente el hostal? – Se dijo mientras daba un paso hacia atrás sin apartar la vista al frente. Cerró finalmente la puerta de un portazo cuando, entre la obscuridad reinante y los nervios que la afectaban, creyó ver sombras aproximándose.

Cerrada la puerta se sacudió esas ideas. Le causaba coraje cuando su imaginación la ponía en esa situación.

Enseguida, se lanzó sobre la cama como si esta fuera un sitio inexpugnable para cualquier tipo de amenaza, especialmente esas que su mente le fraguaba. Estando ahí, recordó que no había regresado el botón al modo de apagado. Poco le importó, ¡Ya no se aventuraría más!

Deseaba dormir desesperadamente. Estaba convencida que, si lo lograba, despertaría hasta el nuevo día y se libraría de esa noche tan… ¿desconcertante? Solo por ponerle un adjetivo.

Cerró los ojos y enseguida empezó a percibir algo que le sonaba amortiguado, algo francamente muy cerca de ella. No era un ratón. Ella conocía perfectamente el ruido de un ratón. Con sus pequeñas uñas y dientes rasgando y ruñendo lo que sea que encuentren a su paso. De hecho, hay que dejarlo consignado, ella había sido dotada de un sentido del oído realmente extraordinario, tenía la rara habilidad de desentrañar los sonidos más extraños y sutiles. Tanto era así, que continuamente le provocaba temores diversos, sobre todo durante aquellas noches en las que, como hoy, se hallaba en un sitio fuera de sus dominios y querencias. ¿Que sería si se llegara a topar con algo que no quisiera escuchar? O peor aún… ver.

Luchó para deshacerse de esa idea. Se disgustaba tanto cuando constataba como se sugestionaba gratuitamente. Se hizo un ovillo para enterrarse bajo una gran zalea de buey y una gruesa cobija de lana rasposa con un olor añejo de baúl.

Y hasta ese refugio improvisado le llegó otro rumor. Este era distinto. Parecía un murmullo que lo atravesaba todo, incluidas sus manos, con las que insistía en cubrirse los oídos. Desesperada por no poder ignorarlo, extrajo coraje desde algún punto de su persona para destaparse y, muy decidida, hacerle frente a aquello, lo que sea que fuere. Se sentó sobre la cama con las piernas en flor, siempre con el buen cuidado de no dejar colgando los pies, por figurarse que se los podría tocar algo o alguien.

Era inevitable la regresión a su niñez, cuando estaba segura de que, anidado en las paredes, vivía un ser con grandes extremidades que se descolgaba lentamente, como un reptil, para irse a habitar abajo de su cama, encaramado a los resortes del antiguo camastro de latón allá, en la casa paterna de Morelia.

Salvo la luz roja mortecina de la luna, el negro ahí era espectral. Por si aquello no fuera suficiente, en el cuarto primaba una sensación glacial incomprensible. Ella no lo veía, pero estaba segura de que soltaba un vaho cada que su respiración caliente chocaba con el ambiente polar que ya la tenía entumecida.

Otra vez, apenas audible, escuchó algo que la puso en guardia y a su concentración a prueba. La tensión estaba desbordada, claramente algo la acechaba adentro de ese cuarto de apenas 4 metros por 4.

Lo que estaba oyendo era muy similar a un jadeo. – Sí, ¡eso… un jadeo! – Se decía. Pero era uno muy peculiar: un jadeo diminuto.

En el pasado, cuando llegó a sentir que el misterio se impondría sobre la razón, ella optaba por la explicación más lógica y se aferraba a ella como a la vida misma, no daba pie al terror. Sabe que el terror paraliza, trastorna y la deja sin defensa. Ella prefiere por encima de todo al miedo. El miedo avispa los sentidos, abre la mente e inyecta chorros de adrenalina que la ponen alerta como espada desenvainada.

Un escalofrío lento le recorrió la espina cuando oyó con absoluta fidelidad la caída al suelo de algo metálico. Ella supo de inmediato que había sido un tornillo, uno minúsculo y ligero. Instintivamente se hizo pequeña, como una tortuga en su caparazón. Para ese momento, sus oídos se habían sensibilizado tanto que podrían haber identificado los pasos de una hormiga caminando sobre el piso.

Volvió a escuchar nuevamente esa respiración que, de tan pequeña, le parecía más y más enigmática. Unos minutos después un nuevo sonido se sumó.

Inadvertidamente, una suave pero pertinaz llovizna empezó a estrellarse contra el techo de dos aguas justo a metro y medio encima de su cabeza. Muy pronto, las gotas se fueron haciendo más gruesas y el golpeteo inicial se convirtió en un martilleo incesante que terminó por confundirse, al menos un poco, con aquello que la tenía completamente absorta, sumida en el desconcierto y la angustia.

Se quiso convencer de que así estaba mejor, sin escuchar nada, sin provocar a sus propios demonios. Decidió acostarse nuevamente y cubrirse con aquella zalea gigante y la colcha de lana con olor a granero. Dormir tan hondamente que terminara por olvidarse de todo. De los ruidos, de esa noche y de lo que sea que la amenazara.

Pero también quería expulsar de su pensamiento, aunque fuera momentáneamente, su vida presente, tan cargada de tristezas y desazones, de soledad, de nostalgia por tiempos y personas ya idos. No quería detenerse tampoco en su trabajo ni en el dictamen que debía emitir a primera hora en la mañana, y que era la razón por la que se encontraba hospedada en aquella hostería de mierda en Tepoztlán.

Quería en una palabra olvidarse de todo aquello.

Sin poder impedirlo, empezó a llorar. Su llanto era quedo y reprimido. Un llanto sin gimoteos ni grandes lamentos. Pero no por eso dejaba de ser desgarrador y doloroso. Y tuvo que ser en medio de esa tregua que, al final, liberó un poco su mente del entresijo que la había estado sobrecogiendo prácticamente desde que arribó a ese sitio. Aquello, además del cansancio por la tensión acumulada, hizo que se durmiera pesadamente.

Pero aquello no resultó ni plácido ni reparador. Ni siquiera duró mucho. Casi una hora después, un sueño terrible la expulsó de regreso a la realidad. Y aunque no podía recordar un solo detalle de la pesadilla, si se quedó con un sentimiento de desasosiego muy intenso. Todavía amodorrada, necesitó de unos segundos para percatarse que había estado sumida en un sueño muy jodido. En ese breve tiempo que pasa mientras se transita de un sueño profundo a la realidad, cuando la cabeza está concentrada en reordenar las ideas, en separar la realidad de lo onírico, hasta esa frontera donde lo fantástico se niega a regresar al inconsciente, llegaba el mismo rumor que la había mantenido en zozobra. Un jadeo incesante, un resuello casi angustioso. Algo que ocurría muy cerca de donde estaba.

Ese retorno le estaba resultando horrible. Después de la pesadilla despertó para encontrarse sumida en la incertidumbre, en el desconsuelo, el miedo hacia lo desconocido, hacia lo que no se puede controlar. Instintivamente se volvió a cubrir con la gran piel, cuando un poderoso trueno le recordó que afuera caía una tormenta, y que el topeteo de las gordas gotas de lluvia sobre el techo no eran ni escasas ni pacíficas. A pesar de esa batahola, en la que primaba un estrepito incansable, aquella respiración prevalecía por encima de todo.

En esas estaba cuando, inesperadamente, el foco de la habitación se prendió. La energía eléctrica había regresado. Todavía incrédula volteaba en todas direcciones para cerciorarse que no era otro sueño. Aunque al principio quedó deslumbrada, sintió un alivio instantáneo al saber que la obscuridad había sido desterrada por una bombilla de 100 watts. El regocijo y el bienestar que la embargó era abrumador, tanto que terminó desternillada por una risotada loca.

Ahora, hay que decirlo, los humanos solemos atribuir todo lo enigmático y la ignominia a la obscuridad y, consecuentemente, la verdad y la justicia a la luz. Creemos que la claridad nos va a mantener siempre bajo buen resguardo de todos aquellos peligros que el misterio nos puede deparar. Ignoramos que el terror es más probable y severo bajo una luz plena.

Cuando sus ojos finalmente recuperaron su visión normal, se sorprendió de volver a oír aquel jadeo. Su vista siguió hasta donde parecía que ese rumor se originaba.

Estremecida observó con absoluto y profundo espanto, como nunca en su vida, que enfrente de su cama, a unos tres metros de ella, el cristo del crucifijo se esforzaba denodadamente con su brazo derecho para liberarlo del tornillo que le tenía sometido su brazo izquierdo.

Fuera de sí, totalmente despavorida, escuchó como ese pequeño tornillo caía finalmente y se estrellaba contra el piso.

Entonces el cristo negro se dedicó a desenroscar el tercer tornillo que sujetaba sus dos pies. Ella, sin movimiento ni gesto alguno, absolutamente congelada, no movía otra cosa que los ojos que, abiertos como dos ventanas, seguían con un terror crudo aquel ente sin rasgos que respiraba copiosamente.

Sin saber cuánto tiempo transcurrió, el tercer tornillo cayó. El hombrecito se había liberado finalmente.

Ella trató de moverse, de reaccionar, pero no podía, seguía clavada en esa cama, estaba hipnotizada por esa visión tan detestable como fascinante.

Con un terror mayúsculo, vio como el aquel hombrecito se descolgó y se dejó caer sobre la mesa, después corrió diagonalmente a toda prisa para saltar hacia la silla. La que bajó por una de sus patas hasta el suelo.

Lo siguiente que ocurrió es que, raudo, no se detuvo hasta meterse debajo de su cama.

Ella, consumida por la andanada emocional que la tenía presa en esa habitación, sentía que perdía la conciencia. El corazón, a riesgo de colapsar, ya no podía latirle más fuerte.

A veces, cuando las circunstancias nos llevan hacía algún extremo, cuando nos apremian poniéndonos pruebas casi imposibles de superar, solo a veces, puede pasar que todo empeora.

Repentinamente, la luz se apagó. Nuevamente se había cortado la energía. Una negritud definitiva lo devoró todo.

Lo siguiente que escuchó fue distinto… ahora se trataba del sutil reverberar de un resorte…

Ellos no Saben que los Escucho

Ellos no Saben que los Escucho

Ellos no saben que los escucho. Lo he hecho como si no estuviera presente, tal y si estuviera en un cuarto contiguo.

Han estado hablando por largo tiempo, y ya sé con exactitud lo que va a pasar conmigo…

… ya no despertaré del coma.

Claro llegaron a mí los gritos de mis hijos y de Evangelina cuando lo supieron de voz de los doctores. Eso, acompañado de sus reiteradas rogatorias para buscar otra opción, otra alternativa.

Fue conmovedora la insistencia de los míos para encontrar un último recurso, pero recibió la misma respuesta lacónica y sombría: el diagnóstico era definitivo, yo ya no reviviría. Quizá, al último, lo único distinto fue la explicación, con un lenguaje médico más simple y accesible. Los doctores parecían haberse sensibilizado un poco después de ver la desazón de mi familia.

Después de un tiempo prolongado, sin saber cuánto, con una voz suave pero determinada, Evangelina expresó su conformidad para que me desconectaran del equipo de soporte vital. Mis hijos, con su silencio, avalaron esa decisión.
Pasados unos minutos, me pareció que se abrazaban para llorar juntos.

Se me ha encogido el corazón… Mi familia. ¡Mi amada familia!

Solo un consuelo me queda… que me correspondía irme primero, como debe ser. Yo no hubiera soportado vivir sin Evangelina, y menos sin uno de mis hijos. Me voy, y me voy a una buena edad, 79 años, 12 más de los que duró mi Padre.

Hasta hace poco, he tenido yo una salud de hierro. Nunca fumé, tomé muy moderadamente y nunca pasé de los 78 kilos. Hacía ejercicio cada vez que podía, pero seguro una vez a la semana. Mi alimentación igual, cuidaba mucho grasas y azúcares. En fin, nadie pudo preverlo, además, los derrames cerebrales no tienen honor, pegan y punto.

Cuando era joven llegué a imaginarme muchas veces este momento. Y siempre pensé que los últimos instantes los dedicaría a hacer un comparativo entre lo que eran mis aspiraciones juveniles contra lo que hice con mi vida.

Pues bien, el balance no es muy destacado, aunque tampoco puedo decir que eso me afecte mucho. Soñaba con ser rico, exitoso y haber recorrido el mundo. Y no logré ninguna.

No terminé rico, pero en mi defensa puedo decir que mi familia tuvo todo lo que necesitó. ¿Exitoso? No, la verdad no conocí el éxito en los términos en los que normalmente se le valora. Mi éxito fue tener una familia, y después, mantenerla unida dentro de un rango aceptable de felicidad y tranquilidad. Y en cuanto a los periplos, nunca salí del país, salvo aquella vez que pisé suelo guatemalteco cuando visitaba la selva Lacandona.

Pero tengo el consuelo, por otro lado, que viajé por todo el orbe a través de los libros. Sí señor, debo decir a mi favor, que fue mío el privilegio de leer cuanto libro se me antojó. No pasó un solo día de mi vida sin haber leído al menos una página.

Yo, justo ahora, le diría a mi “yo” del ayer, que sus deseos fueron muy tomados en cuenta, que el esfuerzo se hizo y que los resultados están ahí. También, añadiría que francamente la vida es mucho más complicada que la perspectiva que se tiene desde las edades mozas. Le explicaría que, aparte de los deseos muy legítimos de la juventud, hay otros logros y metas alcanzadas que nunca fueron consideradas en un principio, y que al volver la vista atrás, se aprecian los escenarios tristes y aquellos giros y reveses imposibles de anticipar, con los que el destino me sacudió. Sobre esos, tengo que decir, los retos fueron resueltos casi satisfactoriamente.

Es increíble la paz que siento. Y si no fuera por el sufrimiento de los míos, casi podría decir que me voy feliz. Es en este instante, que me lamento por no haber sido un poco más espiritual.

Todavía recuerdo a mi Madre diciéndome:

– ¡Tu perteneces a la luz del Señor, que no se te olvide Paul!

Y yo me imaginaba que efectivamente pertenecía a un bando ¡Al bando de los buenos!… Sin embargo, mi mente siempre encontró pretextos para evadirme de los buenos deseos de mi madre. Asumía simplemente que el rezar y la devoción eran propios de las mujeres, que yo cumplía simplemente con mantenerme caminando sobre la línea.

¡Ah, mis padres! Todo indica que los veré muy pronto.

Lo primero que haré al verles, será exclamarles que tenían razón, que todos sus buenos y sabios consejos, tantas veces ignorados… todos eran tan certeros, tan justos; y que la vida a golpes me los tuvo que recordar. ¡Ah, viejitos queridos, que alegría abrazarlos! Caray… me estoy poniendo sentimental y todavía ¡No veo ningún túnel!

Claro, estoy suponiendo que iré al paraíso, al cielo, o cualquiera que sea ese lugar en el que estaré ante la presencia de Dios. No puedo decir que tenga razones para temer otra cosa, pero sí debo admitir que cometí muchos errores. Y también por ellos seré juzgado, claro.

Creo que, sin duda, mi peor pecado fue a engañar a Evangelina durante casi 10 años. Y aunque me queda el consuelo de que nunca se enteró ni sufrió por ello, también me resta la carga enorme de expiarlo. ¿Cuántas veces fue mi remordimiento lo que me empujó a compensar a Evangelina en miles de maneras? Tantas que su hermoso corazón no pudo interpretar de otra forma, salvo aquella de haber sido bendecida con un marido excepcional, devoto y amoroso. Tanto así, que más de una vez fui puesto como ejemplo para algunos esposos de sus amigas ¡Que si Paul esto! ¡Que si Paul aquello! Si hubieran sabido que era mi culpa la que me exigía ser el mejor marido posible.

Empero, sé que eso no fue suficiente para borrar mi culpa, una culpa que lamentablemente fue doble…

Sí, para mi mayor pena, la mujer con la que engañé a Evangelina, no fue una mala mujer. Alguien con quien estuve mientras duraron mis ansias de hombre de mediana edad, y que, al final, sin la menor sensibilidad ni consideración, le avisé que debía terminar para regresar con mi querencia principal.

Irene. Se llamaba Irene… y era lo suyo un amor incondicional y sin mayor culpa que la de enamorarse de un hombre casado, el primero que la logró sustraer por un instante de una soledad dilatada por la ausencia de cariño y de un compañero a su lado. Jamás exigió nada de mí, ni material, ni tiempo, ni siquiera alguna expresión de cariño más allá de lo que estuve dispuesto a darle.

Todavía recuerdo, unos 20 años después de haberla visto por última vez, que me la encontré de frente en una calle populosa del centro de la ciudad. Ya era una mujer mayor. Pasó a mi lado, sola, con un rictus de severidad en su cara. No me reconoció, y tampoco hubiera deseado que lo hiciera. No tendría cara para haberla visto a los ojos, ni palabras que decir.

Ahora que recuerdo ese juego cruel que jugué, y en el que fui el único y aparente ganador, no puedo evitar llorarlo en el fondo de mi ser. ¡Si tan solo hubiera pensado un poco en el daño que podría causar!… Y sí, creo en el perdón, estoy convencido que a pesar de todo, lo que no contribuyó a mi felicidad o a la de los demás, puede gozar todavía de indulgencia, aunque también creo que no será posible olvidarlo.

A pesar de esta carga tan pesada, puedo decir que la vida me obsequió tres oportunidades para congraciarme con ella.

Cada uno de mis hijos.

Con ellos, acerté un poco más de lo que me equivoqué, pero siempre, con cada uno de ellos, no me movió otra cosa que su felicidad y depositar en ellos la cosa más sagrada que es el amor por un hijo.

Elena, mi hija mayor. Que lejano está el día que supe que fumaba mariguana y que tenía relaciones con su novio. Y ese ejercicio tan poderoso de comprensión y de diálogo que tuve que poner en práctica con ella. Fue justamente en la época que había empezado con Irene. Así que cuando estaba más que decidido a asumirme como el padre severo que siempre pensé que era, inflexible y contundente en el castigo, mi culpa me obligó a tener compasión con aquella niña de 17 años que había despertado a la vida, con una temeridad que me recordó la propia a esa misma edad. Ese golpe de timón en mi rol de padre, me sirvió para que en los años subsecuentes Elena se convirtiera en una de mis mejores amigas, consejera y apoyo moral permanente. Además, me dio el orgullo de su doctorado en filosofía y mis tres nietos hermosos. Y, por si fuera poco, alcancé a leer sus tres libros publicados sobre historia de la filosofía.

Maximiliano. Max es otra historia. La independencia, democracia y libertad hechos persona. Max nunca me dio un solo problema. Todo lo contrario. El maduró en su momento y todo en su vida tuvo un propósito bien definido. Él, por su cuenta, consiguió su beca para estudiar ingeniería en la mejor escuela del país. Creó su propia empresa de construcción. Hizo una montaña de dinero, hasta el momento que decidió deshacerse de ella para dedicarse a la pintura, y junto con su esposa e hijos, mis otros 2 nietecitos, se fueron a vivir a una granja en Chiapas. Él nos visitaba cada tres meses, sin falta. Al tener cerca a una persona así, no hay más que amarlo y admirarle con todo el corazón. Cuando un ser posee una luz tan inmensa, no es imaginable que un día sufrirá un intento de secuestro, y que, en ese hecho, habrá de quedar parapléjico. Pero tampoco era concebible que,  a la semana ya estaría trabajando como cualquier otro día, y desarrollando habilidades para vencer sus recientes impedimentos físicos. Max es todo eso. Max es la persona que a mí me hubiera gustado ser.

Y falta Pancho, mi inocente hijo menor. El que después de estos gigantes que tuvo como hermanos, se sintió con la cruz de ser el hermano fracasado. Mi hijo Pancho, fuera de ser bien parecido y hacernos reír siempre, no gozó de una inteligencia preclara, tampoco de talentos notables o virtudes que adornaran su persona. Fue un estudiante más bien mediocre, sin importar los apoyos y empujones que recibió de todos nosotros. Terminó “a gritos y a sombrerazos” su carrera de contador público en una universidad más bien gris, lo que le permitió conseguir un trabajo modesto en una fábrica de velas.

No fueron escasas las ocasiones que se confrontó conmigo reclamando su situación, comparada con la de sus hermanos, siempre se sintió castigado por la vida por ser un “perdedor”, como él mismo se llamaba. Evangelina y yo, cariñosamente, tuvimos que desarrollar con mucha paciencia las herramientas emocionales para hacerle entender que no nos importaba un carajo si ató o desató, si baila tango o si plancha ropa, si rompe un récord o si rompe un jarrón, que lo amábamos y que estábamos seguros que tarde o temprano encontraría su camino.

Y esto fue hasta que él llegó a los 40,  unos años después de encontrarse con Genoveva, su ángel salvador.

Nunca nos pudo haber pasado por la cabeza que aquella pasión casi enfermiza de Pancho por el fútbol, le iba a abrir un camino hacia la sanación de sus amarguras y a darle otro sentido a su vida. Un buen día, por una serie de hechos tan circunstanciales como las ocasiones que omitimos darle a Dios el debido crédito, le ofrecieron dirigir un equipo infantil de futbol. ¡Pues vaya sorpresa! Fue un éxito. Resultó ser que mi Panchito, después de tanto que le aconsejamos, desarrolló habilidades para manejar chicos y meterlos al deporte y al fútbol, y ser por encima de todo un líder y ejemplo de sus pequeños jugadores. Pasaron unos años y creó una escuela propia. Entre todos lo financiamos y a los dos años nos terminó de pagar. Ahora ya tiene 3 escuelas y un prestigio bien merecido en el medio.

¿Y quién lo iba a decir? Pancho antes de sus cincuentas se ha convertido en un tipo sabio. Y tengo que decir algo de Pancho que no me atreví a decirle ni a Evangelina misma: Pancho es mi orgullo más grande. Me gusta pensarlo de esta manera. Fue en un principio una tierra yerma, que entre Evangelina y yo aramos y sembramos cuidadosamente, una y otra vez, año tras año. Sus frutos siempre fueron pobres y secos. Pero eso no nos importó, ahí seguimos regando ese terrenito, hasta que un buen día notamos que a la vera del surco tan trabajado, había brotado una plantita verde y con fruto. Y ahí nos quedamos, observando el proceso que siguió, hasta convertirse aquella tierra infecunda en un gran vergel.

¡Ay hijos míos! ¡Que alegría tan grande han sido!

Puedo decir, en un acto de egoísmo rotundo y confeso, que mis faltas y errores, los puedo haber compensado un poco a través de mis hijos. Que tengo al menos el desahogo que ahora sé, con absoluta certeza, cuanto pecado cometí, injusticia provoqué, golpe asesté y herida infligí, y que estoy listo para purgar mis culpas.

Hace un momento, se ha acercado Evangelina para «platicar conmigo”, pues según le aconsejó alguno de los doctores, es bueno para nosotros los comatosos ¡Y vaya que lo es! Me ha regocijado como me ha dicho al oído lo mucho que me quiere, que haga lo posible para despertar para irnos a la casa a prepararme el adobo de conejo que tanto me gusta. Tiempo seguido, pude notar que el entusiasmo en su palabra decayó. Me dijo que tenía una confesión que hacerme, que no podía dejar que me fuera sin decírmelo, así fuera en estas condiciones.

Yo, sin ningún rencor, pensé que me revelaría alguna  infidelidad, que me descubriría algún pasado amor que, al igual que yo, escondió vergonzosamente. Incluso me adelanté un poco en mi pensamiento,  intentando figurarme, entre las personas que recordaba, quién podría haber sido ese amante fugaz.

Pero fue algo muy distinto.

Su confesión ha logrado despertar en mí tal ternura, que hasta una lágrima brotó y corrió discreta hasta mi oído. Según ella misma se lo hizo saber a la enfermera.

Evangelina, susurrándome, llorosa y contrita, recordó que ella siempre había narrado como se enamoró de mí en aquella tardeada cuando nos conocimos en 1960, cosa que yo adoraba escuchar cada que nuestros amigos nos preguntaban por esa historia. Pues bien, me sorprendió diciéndome que nunca tuvo el corazón para decirme la verdad, que en realidad su primer amor había sido mi amigo Raúl, quien efectivamente me acompañaba ese día en Morelia. Y que fue el simple transcurso del tiempo lo que definió para siempre su amor por mí.

¡Ay Evangelina! ¡Además de mi amor, que gratitud te tengo! Tú fuiste el verdadero motor y corazón de esta familia, la piedra sólida sobre la que se fundó, el sostén moral y el gran ejemplo. Tú me hiciste un hombre, tú me enderezaste cuando hizo falta, tú me ayudaste a madurar y a superar mis barreras. ¡Y hoy me vienes a confesar tu gravísima falta! Tu más que nadie, resultas ser la persona más entrañable de todas, en este día que me tengo que ir…

Alcanzo a oír lejanos, algunos ruidos que asocio con el instrumental al que estoy conectado, noto que de pronto hay un ajetreo a mi alrededor, oigo llantos conocidos y queridos, voces que rezan y manos que me tocan. Me estoy yendo… inicia al fin la graduación de mi vida…

¡Gracias vida! Mucho me diste… poco te devuelvo, pues me lo llevo conmigo.

Dios siga bendiciendo a los míos, que me perdone y reciba ya…

Cuando el Verde es Azul (Parte 12)

Cuando el Verde es Azul (Parte 12)

… Y mientras tanto, yo seguía sentado donde mismo, observando hacia la larga fila que esperaba abordar y en la que, a unos 20 metros de mí, podía ver a Analú.
Y en ese inter de 10 o 12 minutos, me obsequié de nuevo la oportunidad de verla a la distancia con absoluta libertad.

Primero sonreí, ¡de verdad que era un catálogo ambulante de gestos! Tantos, que yo ya había perdido la cuenta ¿Habrá un día que los alcance a conocer todos? El más constante era ese de recogerse el mechón de cabello que solía cruzarle la cara para pasarlo detrás de su oreja cuando conversaba, lo hacía incontables veces y se cansaba de hacerlo ni yo de observarla. El primero que le conocí fue aquel de la pequeña mordida a su labio inferior, cuando algo le preocupa. Sin olvidar mi preferido, cuando Ella reía, en la mayoría de las ocasiones, echaba ligeramente la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos. Me encantaba especialmente, cuando armaba una celebración de la nada.

Ahora ocupaban mi atención los suaves movimientos de sus manos, su caminar absolutamente femenino y su cuerpo elegante y esbelto. Si me lo preguntas, podría estarme así horas y horas, sonriéndole a la distancia a ese, mi objeto de veneración y el centro de todas mis ternuras, aquellas que nunca hubiera sido posible imaginarse dentro del muy reducido repertorio de afectos del viejo Luke.

Durante este festín de mis sentidos, perfecto distinguí todos sus esfuerzos por verme de soslayo, quizá lanzarme una sonrisa disfrazada de mueca, lo que sea. Y yo se lo agradecí.

Se anunció finalmente el abordaje, y seguí con la mirada como se iba acortando la fila, hasta desaparecer completamente. La sala se quedó momentáneamente sola, y yo seguía ahí, observando muy concentrado el diseño infinito de cuadros y rombos de la alfombra, mientras por dentro lidiaba con la terrible soledad que ya me avasallaba… era la ausencia real de Ana Sofía. Pensé… si tan solo me hubiera quedado con un poco de su perfume para abrazarla en el aire…

Todos esos pensamientos amigo pasaban por mí como electricidad, me dolían, pero me hacían sentir vivo como nunca lo estuve. Y de pronto quería llorar, pero antes que eso me reía, y me reía porque no podía creer ni entender esta cascada apabullante de sentimientos que me provocaba la partida de mi Analú. ¡Que sensación tan extraña! … estaba terriblemente triste, pero al mismo tiempo estaba feliz porque tuve noción por primera vez que, aunque se estaba alejando físicamente de mí, era mía por completo ¡Que enredo…! Pero sí, ¡Era mía!… Suficientes demostraciones había recibido ya, de esa verdad, y entonces sentí la urgente necesidad de expresar mi gozo haciendo algo físico, superlativo, mayúsculo, vigoroso … y ante imposibilidad de brincar y gritar estentóreamente, lo único que se me ocurrió fue levantar los brazos enérgicamente como si hubiera anotado un gol, y en esa posición extraña me encontraba cuando, inopinadamente, fui interrumpido.
– ¿Señor…? – Esa voz me bajó de la nube en la que mis sentidos festejaban las ondas expansivas de una felicidad que se ofrecía pletórica y al alcance de mi mano. Levanté la mirada, no sin cierta pena por el embarazoso momento en que mis brazos todavía seguían arriba.
– ¿No va a abordar el avión señor? – El pobre empleado se veía realmente preocupado.
– ¿Avión…? No… ¿Por? – Balbucee como si fuera un párvulo que no se supo la respuesta.
Nuevamente el empleado volvió a la carga, solo que en esta ocasión fue más lejos. Acercó su mano y apuntó con su dedo el pase de abordar que guindaba doblado sobre la bolsa frontal de mi camisa.
– Señor su boleto… – Y me miraba con la consideración que lo haría con una persona disminuida de sus facultades.
– ¡Ah!… No, yo no… – Y mientras el pobre hombre me veía sumamente extrañado, yo me preguntaba cómo era que tenía que darle explicaciones, sobre todo, acerca de por qué gastar un par de miles de pesos solamente para estar cerca de alguien por unos minutos. Seguramente no lo entendería, y además, sería como un insulto, pues estoy seguro que ese costo equivaldría a una semana de su sueldo.
– Pero, si ya tiene el boleto ¿Por qué no viajar?… – Arremetió, cruzando la línea del comedimiento y la prudencia, aunque con una lógica inmaculada. Y sus ojos que casi me rogaban, mientras el sonido de la sala insistía: “Atención, señor Luis Nuño, este es el último aviso para que aborde el vuelo 4534 con destino a la ciudad de Guadalajara. Favor de pasar a abordar. Último aviso…”.

Fue hasta ese instante cuando supe qué hacer. Corrí como gamo hasta el mostrador y anuncié mi presencia, presenté mi identificación y en un santiamén me abalancé por el gusano para entrar a la aeronave, donde me recibieron dos aeromozas con las caras largas debido a mi retraso. Luego. caminé por el pasillo buscando la cara gloriosa que me tenía haciendo locuras a toda hora. Y en esta comedia loca que se había convertido mi vida en poco más de una semana, me volvía a sorprender con sus sorpresas. Mi lugar estaba junto al pasillo y justo atrás de ella, en la hilera de la derecha. Cuando me acerque, Analú leía una revista, así que de manera natural levantó la mirada y ahí me descubrió. No supe interpretar su mirada al pasar, una mezcla entre sorprendida, divertida, y por ahí quizá una sombra de temor. Me senté atrás de ella. Julián que estaba junto a ella hablaba por celular.

Apenas estaba empezando a fijarme el cinturón de seguridad, cuando me sentí la vibración de mi celular: era un mensaje.

{- ¿¿¿¿¿????? -} Analú estaba impactada.

{- Qué te cuento? Que ya no soy dueño de mi voluntad? 🙂 -} De alguna forma me quería justificar, era inevitable sentirme un poco locuaz y torpe. Y realmente me dolería saber si ella no estaba en la misma frecuencia.

{- Ahora tú eres un stalker -} No supe si esto tenía que tomarlo como broma.

{- Qué es lo que realmente piensas de esto que hago? -} Y con esta pregunta Analú se tomó un poco más de tiempo, alargando así mi ansiedad.

{- Lo único que puedo decir es estoy muy emocionada por ti 🙂 -} Esa respuesta me hizo sentir mucho mejor.

{- Creo que todavía puedo bajarme -} Sin embargo, sentí la obligación de darle una opción, solamente ella sabía el terreno donde me estaba metiendo.

{- No!!!!!!!!!!!!!!! -} Otra vez, esa reacción fue todo un alivio.
En ese momento, el capitán del avión anunciaba ya el despegue del avión, y la suspensión de todos los equipos electrónicos a bordo, así que le mandé un último mensaje.
{- BORRA DESPUÉS DE LEER, son las 8:30, te veo a las 9:00 en el baño, me tocas la puerta 😉 }

{- ¿¿¿¿¿¿¿¿??????? -} ¡Pero no me daba un sí o un no!

{- 🙂 }

{- 🙂 OK -} Mi corazón empezó a retumbar de la emoción contenida del próximo contacto.

{- Bye }

{- Hasta el rato }

Estaba yo tan emocionado que no me di cuenta del despegue y mucho menos de todo el protocolo previo y todo lo que le sigue. Apagaron la luz, pero yo permanecía totalmente alerta. Así que oí perfecto cuando Julián empezó a hablarle quedo y al oído a Analú. Por un momento no supe qué hacer. Hasta que concluí que era mi deber respetar a Analú y a esa persona que, bien que mal, fue su novio por más de 10 años. Así que decidí no hacer nada por oír una conversación privada y absolutamente ajena a mí. Pero, a pesar de esa decisión, sobre la que estaba totalmente convencido, me empezaron a llegar con total nitidez las palabras de uno y otro.

– ¡No es eso Julián! Tienes que reconocer que cuando nuestros padres quedaron de acuerdo con nuestro matrimonio, yo apenas tenía 17 años, y claro que accedí porque la verdad sí me ilusionaba. Tú sabes que siempre te quise mucho. Pero ahora tengo 26 años, soy una profesionista, un médico internista, y mi visión de las cosas ha cambiado mucho. Quiero recorrer mundo, quiero trabajar, quiero seguirme preparando, quizá irme a estudiar a otro país para hacer una subespecialidad. Son muchas cosas las que quisiera hacer antes de dar un paso tan serio.
– Pero es que no te entiendo Analú. Todo eso lo puedes hacer estando casada, al menos yo no pienso ser un obstáculo para ti…
– Julián, eso no es real.
– ¡Al menos sigamos siendo novios Analú!… ¿Por qué debemos terminar?
– Julián, además que necesito mi libertad para todo lo que voy a hacer, yo quiero que tú también seas libre por si la vida te presenta otra oportunidad.
– ¿Se trata de otro hombre?… De otra manera no entiendo…
– Julián ¿Es en serio la pregunta? Tú crees de verdad que si hubiera alguien más ¿no te habrías enterado ya por la boca de las personas que te informan sobre mis pasos en esta ciudad?
– ¿De qué hablas?
– Por favor Julián, ¿Crees que no estoy enterada del cerco que he tenido a mi alrededor todos estos años? Sé perfectamente quienes son y lo que te dicen, y ninguno de ellos te ha contado nada que mínimamente me puedas reprochar. Sin embargo, yo sin pedirlo me he enterado de cuanta relación has tenido. Desde las relaciones con varias y… hasta dos casadas… ¿Quieres que siga?
– Analú, soy hombre y tengo necesidades, no lo voy a negar, y si he hecho todo eso lo intenté hacer con total discreción sin buscar afectarte.
– Pues yo soy mujer, y también tengo necesidades. Como todos. Pero me he dedicado a estudiar, y mientras fui tu novia, hasta el día de antier, no te falté en ningún momento.
– Pues siento la necesidad de decirte Analú que tus hermanos y los mios no estarán de acuerdo, y que por mi parte iré detrás de ti, por mar y tierra, pues no pienso renunciar a ti, ni al sueño de nuestros padres, que hoy quieres traicionar.
– Julián, de verdad quiero que esto termine de la mejor manera, pero si quieres que sea así, pues así será. Y si mis hermanos piensan igual que tú, pues ellos tendrán igualmente que aprender a respetar mi decisión. Por lo que a mis padres respecta, estoy seguro que ellos estarían conformes siempre y cuando yo sea feliz… ahora si me disculpas voy a dormir un poco.

Yo del otro lado estaba impresionado. Nunca me hubiera imaginado con qué convicción y carácter defendía Analú su verdad. Puso a ese tipo en su lugar de manera magistral. De cualquier manera, ya me estaba enterando de la clase de hostilidad a la que tendría que responder ella, así que me sentí muy contento de haberme subido a ese avión.

Miré mi reloj, finalmente marcaba las 8:58. Me levanté, caminé por el pasillo y entré al baño. Los siguientes dos minutos transcurrieron muy lentamente, aunque la verdad es que mi ansia era tanta, que mi corazón marchaba como un ferrocarril ante tal expectación.

– ¿Hola…? – Un susurro acompañado de dos golpecitos… ella estaba afuera…

(Continuará…)         Cuando el Azul es Verde (Parte 13)

Cuando el Verde es Azul (Parte 11)

Cuando el Verde es Azul (Parte 11)

Me desperté ese lunes a las 6:30.

Traté de iniciar mi rutina, previo a irme a la oficina… pero no pude. Solo deambulaba y suspiraba a cada rato. Estaba intranquilo, me acompañaba como lapa esa sensación de que había un número infinito de hilos sueltos que debían de estar amarrados, so pena de padecer un gran trastorno. No dejaba de pensar que vivía en la absoluta virtualidad, tenía una gran ilusión… sí, todo parecía sonreírnos, pero no era nada que pudiera asirse, sujetarse, amarrarse.

Me provocaba gran desazón no tener a Analú conmigo… o, mejor dicho, no poder estar con ella con la libertad y frecuencia que yo quisiera. Y por si eso fuera poco, me tensaba sobremanera lo qué podría a pasar en Guadalajara… realmente me estaba afectando tanta indefinición. Al parecer mi sangre fría se había ido por un resumidero, y ahora estaba en ascuas ante una serie de eventos futuros e inciertos, sobre los que no tenía ningún control, y en ese lance iba, irremediablemente, mi corazón en prenda.

Mientras tanto, me urgía enchufarme de nueva cuenta al mundo y a la realidad, tenía que regresar a mi vida laboral en cuanto antes, en la oficina me esperaban un par de proyectos que ya me estaban sorbiendo el seso desde antes de que, literalmente, me convirtiera en un pararrayos humano y, como recompensa divina, me encontrara tan frontal y brutalmente con el amor. Poco tiempo, realmente poco tiempo, había dedicado a mis responsabilidades en esta última semana, había dejado de hacer pagos y cumplir con ciertas obligaciones. Me era imperativo regresar a la normalidad.

Pero ese retorno a la normalidad no me estaba resultando nada fácil. No te lo imaginas amigo, pero si intentaba ocuparme en mi cabeza de algún otro asunto ajeno a Analú, ese pensamiento pronto era atrapado como un galeón abrazado por los tentáculos de un gigantesco Kraken salido del fondo del mar. Era absurdo, pero al mismo tiempo me rebozaba de gozo esa condición emocional tan sublimada, tan fuera de sí. Mi mente parecía funcionar distinto y conforme a otros códigos, dando cabida a ideas y sentimientos que hasta ese momento resultaban desconocidos, totalmente discordes y ajenos al materialismo y conveniencia que reinaba antes en mi mundo.

Deja que te ponga un ejemplo, porque seguramente te estoy volviendo a confundir.

Figúrate que, sin darme cuenta, reflexionando acerca de mi extra sensibilidad, y sobre las hondas emociones que ahora cargaba en mi pecho después de la aparición de Analú en mi vida; súbitamente, habían venido a mi memoria algunos textos de poesías que mal recordaba de mis clases de prepa… ¿Me estás escuchando?… ¡Sí!… ¡Poesías! Poesías, para las que siempre tuve dispuesta, cuando era un imberbe, una sonrisa retorcida y el comentario más cínico y mordaz. Pero eso no es nada, en medio de esas cavilaciones, de improviso, en mis adentros… la poesía… todos esos versos tan trabajados, que describían amores entrañables y muchas veces estoicos… iban adquiriendo sentido para mí… me embargaba una insólita comprensión por los poetas en su permanente necesidad de describir de alguna manera, eso tan grande, tan extraordinario, tan maravilloso… que es el amor… ¡Lo sé amigo!… ¡No dejo de sorprenderme de lo que digo! ¡Qué carajos tendría yo que estar comulgando con la poesía y los poetas!… Sin embargo, lo hacía… y me gustaba… de alguna manera sabía que mis horizontes se expandían, que se ensanchaba mi empatía hacia el mundo en general. En fin, fue después de este espasmo mañanero de ternura, pasión y … poesía… que terminé marchándome a trabajar.

Lo último que hice antes de salir a la calle, fue enviarle un mensaje.

{- Que tengas el mejor de los días! -}

A ella le llegaría como un mensaje de su amiga Susy, así lo acordamos, no queríamos dejar cabos sueltos ahora que estuviéramos lejos, pero tampoco pretendíamos perder el contacto. De hecho, había quedado con ella que nos veríamos entre 6 y 6:30 de la tarde, antes de que se fuera, incluso, aunque no lo hablamos, yo estaba deseando llevarla hasta el aeropuerto.

-0-

Ya de regreso a mi trabajo y después de un recibimiento solidario y cariñoso de mis compañeros, y de un par de reuniones con mis jefes, me recluí en mi despacho esforzándome para involucrarme nuevamente con mis labores. Ese esfuerzo duró exactamente… dos segundos… había recibido de regreso un mensaje de Analú.
{- Gracias Susy, igual para ti. Me he estado acordando mucho de ti, beso y abrazo -}

Mientras intentaba tirarme un profundo clavado en mi chamba, empecé a observar el reloj de vez en vez, pensando infantilmente que eso obligaría a las manecillas para que giraran más rápido. Esto que, desde luego, era ridículo, produjo el efecto contrario, a mis ojos el tiempo se hizo terriblemente lento. En mi imaginación un reloj daliniano se iba estirando hasta hacerse interminable, al grado de llegar a la desesperanza.

A la hora de la comida preferí no salir para avanzar un poco en lo que no había logrado comenzar. Nuevamente, a las cuatro de la tarde tuve una reunión con los jefes sobre mis dos proyectos en marcha, y sobre otros proyectos para el siguiente año. Pero no terminamos, mi jefe inmediato me dijo lo agradecidos que estaban con el hecho de que me hubiera presentado a trabajar tan pronto después de mi accidente. Pero que me habían estado observando, y advertían que seguía todavía inquieto y distraído, así que consideraban que debía tomarme toda la semana. Yo no lo acepté, y no fue por mi celo profesional, simplemente sabía que lo que necesitaba de verdad era ocuparme de algo y no ensimismarme con mi situación presente. Acordamos entonces que me tomaría solo un par de días más. Salí de esa reunión con intención de irme de inmediato a recoger a Analú.

La llamada fatídica me llegó a las cinco de la tarde, todavía me alcanzó en mi oficina, justo cuando cerraba la puerta para retirarme.

– Hola ¿Cómo estás? – Era Ella, su voz era seria.
– Bien… ¿Y tú?… ¿Cómo estás tú? …- Esperando saber la mala noticia que deduje por su falta de entusiasmo.
– Pues no… no estoy bien… – Me dijo de inmediato – La verdad es que no vamos a poder vernos hoy en la tarde…- Sonaba triste.
– ¿Por qué? – Pregunté, mientras esperaba lo peor, y mientras me ardía el alma.
– Julián me avisó que se regresa en el vuelo conmigo… entonces viene por mí y nos vamos juntos al aeropuerto… lo siento mucho, no era mi idea… yo de verdad necesitaba verte hoy…- Cuando terminó, respiré tranquilo. En mi mente febril me imaginaba que me diría que se había dado cuenta que todo lo nuestro era una tontería… o alguna cosa parecida.
– Yo también necesito muchísimo verte hoy… no me puedo concentrar, no dejo de pensar en ti Analú… pero también creo que debemos ser consecuentes con la situación- En ese momento sentí que tenía que apoyarla y no profundizar más en su contrariedad.
– La verdad no tuve razón alguna para decirle que no, así que tendré que estar con él casi 4 horas. Seguramente me va a cuestionar respecto a todo, probablemente me va a insistir que nos casemos, no creo estar preparada para afrontar su andanada de preguntas…- En ese momento pensé que lloraría, pero no lo hizo.
– Ánimo, no te preocupes todo saldrá bien… estoy pensando en ti permanentemente- Terminé diciéndole.

-0-

Conduje hasta mi departamento, llegué al edificio y estaba a punto de meter el coche al estacionamiento, cuando en algún punto frené y me eché de reversa… decidí que quería ir al aeropuerto solo para verla, y que se sintiera acompañada, aunque sea de lejos.

No dejé de pensar en ese trayecto que, el hecho de ir a verla hasta el aeropuerto era un buen ejemplo de algo que jamás hubiera hecho, ni por error… antes del rayo. Una acción irreflexiva, que quizá le podría causar alguna preocupación o molestia a ella, aun así, sin pensarlo ya iba a medio camino, con el plan más infantil de todos, estar ahí para que me viera y supiera, o mejor dicho que recordara, con quién era el compromiso.

Llegué un poco temprano para averiguar que 6 aerolíneas volaban a Guadalajara en esa tarde noche. Así fue que empezó un carnaval de mensajes por el celular.

{- ¿En qué vuelo y a qué hora te vas? -}

{- 4534 AeroStar, 8:35 PM por??!!-}

{- Solo por saber! 🙂 -}

{- Ok 😉 -}

Una vez que tuve esa información reflexioné por un momento y me di cuenta que lo único que iba a lograr, es ver pasar a Analú hacia las salas de abordar por unos segundos, y que lo más probable es que ella no me viera a mí. A menos que le advirtiera con un mensaje… pero entonces con eso la podría preocupar o poner nerviosa. Tiempo seguido, me enojé conmigo, ¿Hasta cuándo iba a ser cautivo de estos arrebatos? ¿No podía simplemente esperar a que las cosas pasen? ¿Qué hago yo en esa ridícula posición entre la muchedumbre para ver a mi novia virtual por unos segundos entre cientos de personas? Me detuve, respiré hondo y luego me di media vuelta, dirigiéndome a pagar mi boleto de estacionamiento… para irme.

Si conoces el aeropuerto amigo, sabrás que son grandes distancias para ir de un lado a otro. Pues bien, en ese largo recorrido debatía en mi cabeza, conmigo mismo, sobre toda esa situación y lo que debería de hacer. Al llegar a la máquina para pagar el estacionamiento… nuevamente me detuve, recargué lentamente mi cabeza sobre esta, y de lo más hondo de mi salió una maldición que afortunadamente nadie escuchó. Me di la vuelta, me quité la corbata, la guardé en la bolsa delantera de mi saco, me alisé el cabello y me regresé a las salas del aeropuerto.

Llegué al mostrador de AeroStar y pedí un boleto para el vuelo 4534 de las 8:35 PM a Guadalajara. Luego, pasé el área de identificación e inspección, me quité el cinto, los zapatos, y finalmente, cuando fui liberado, me senté en la sala de espera designada.

Si amigo, no es broma, yo, Mr. Correcto, Mr. Mente fría, Mr. Racional… estaba empezando un juego totalmente desconocido y peligroso, excitante… definitivamente, pero el fuego con el que hacía malabares, cada vez estaba más cerca. No tenía idea de lo que iba a hacer. ¿Solo verla? ¿Hablarle… hacerle señas? Otra vez venía esa sensación que ya parecía una constante en mi desde la loca semana de mi muerte y mi regreso de ella. La idea de no saber a ciencia cierta qué es lo que va a pasar en el siguiente minuto, lo incierto como regla, el corazón y las tripas por delantes, antes que el cerebro.

Ahí me aposté, como un guardia vigilando a las personas que abordarían ese avión. La señora gorda del vestido rosa; el señor elegante, aunque ligeramente encorvado; la mujer atractiva de gran escote, caderas anchas y piernas flacas; los tres niños con camisetas de superhéroes y sus papás peleando entre sí; el anciano y el Ipad; la pareja joven y enamorada; la pareja desigual, él de 50 y ella no más de 25; el calvo de gran barba y la revista Paris Match en francés; el gordito con una terrible comezón en la ingle; y así seguía, mientras yo no atinaba a saber qué es lo que pasaría en los próximos minutos.

Y llegó Analú. La distinguí a lo lejos como una paloma entre miles de cuervos. Su belleza era real, no era una sugestión del amor veleidoso que me tenía postrado. Caminaba en dirección hacia donde yo estaba sentado, con el saco en las rodillas y en mangas de camisa. Ella volaba informal, chamarra miel corta de piel, jeans y botas altas. Su cabello lo traía con una colita con la que yo me fascinaba pues me hacía pensar en ella de niña. Nuevamente cero maquillaje, con su cara lavada que me recordaba indefectiblemente a una Audrey Hepburn de grandes e intensos ojos verdes.

No había reparado todavía en quién la acompañaba. Un joven de no más de 30 años, alto, delgado, rubio, a mi entender un buen mozo. Era notable que caminaba con mucho empuje, seguramente el que le confería el dinero. Vestía muy bien, informal pero con ropa de marca, zapatos italianos y un reloj Rolex de oro que sobresalía por debajo de la manga de su camisa de lino color avena.

Estaban a 10 metros de donde yo estaba, Analú no me había visto. Él le señaló dos sillones vacíos… justo enfrente de mí. Caminaron y se sentaron enfrente de mí, él revisaba su celular. Ella… ya me había descubierto, con ojos de plato, tan grandes como su asombro, tan bellos como siempre. Mientras la veía fijamente, tomé mi celular y le escribí.

{- Perdóname soy muy tonta! -}

{- ¿¿¿Qué haces??? -}

{- No pude evitarlo! tenía que ir a verle! -}

{- Pagaste un boleto solo… para verlo? -}

{- Haría lo que fuera solo para verlo -}

{- Estás muy loca Susy! -}

{- Y no has visto nada! -}

Después se abrió un silencio. Ahora nos veíamos a los ojos.

Y luego ella me regaló una sonrisa que luego fue correspondida con una mía. Estábamos tan cerca que oí como el tal Julián le preguntaba con quién se estaba mensajeando, y alcancé a ver el brillo en sus ojos cuando con una sonrisa le mostró la carátula de su celular y dijo – … Con mi amiga Susy- Y luego él regresó a lo suyo sin darle alguna importancia.

Ella tomó su celular y escribió.

{- Te vi muy guapa 😉 -}

{- No me juzgues loca, pero no puedo ya estar sin él! -}

{- Yo estoy segura que él piensa igual 🙂 -}

Repentinamente, fuimos sustraídos de la extraña conversación que sosteníamos, debido al aviso del sonido local «… Atención. Pasajeras y pasajeros del vuelo 4534 de AeroStar con destino a la ciudad de Guadalajara favor de pasar y abordar, en el orden que les será indicado…”. Ambos coincidimos con la mirada después de eso, ya no sonreíamos. Yo permanecí sentado mientras observaba como Julián del Villar se levantaba como un resorte y le daba la mano a Analú para que hiciera lo mismo. Luego, a no más cinco metros de mí, vi como le pasó el brazo por la cintura y la llevo todo el camino hacia la fila de abordar. A la distancia veía como se alejaba, y como intentó voltear a verme, un par de veces, pero el tumulto se lo impidió…

(Continuara…)       Cuando el verde es Azul (Parte 12)

Cuando el Verde es Azul (Parte 10)

Cuando el Verde es Azul (Parte 10)

Pues sí, ese beso fue un hito.

¿Me entiendes si te digo… ? Que, al menos para mí, fue la firma de un acuerdo, la cristalización de un nexo que ahí estaba desde antes y que sólo necesitaba cuajar… no sé por qué artes, ni por designios de quién, pero yo, sin duda ni reserva alguna, di un paso adelante… junto con ella.

Ella estaba visiblemente emocionada. Supongo que el sentimiento que le provocó nuestro primer beso, fue igual de poderoso que lo fue para mí. Aunque también tengo que conceder, que ella estaba ante un momento trascendental de su vida, el rompimiento de ciertas normas o reglas que habían sido una constante en su vida y, sobre todo, su oposición a un compromiso familiar muy serio, que la podría llevar a enfrentar a sus hermanos y a la familia de su todavía novio. No era fácil.
Tomé la palabra y dije mi parte.

– Bueno, ya que has develado una parte de ti, creo que ahora me corresponde a mí , hacer lo propio, dime Analú… ¿Qué quieres saber? …- Y la emplacé con la mirada.
– Háblame de tus padres… Vi a tu Mamá, pero no sé si tengas a tu Papá aun…- Y terminaba de tomar su segunda taza de café.
– Bueno. Esa está fácil. Mi padre se llama Orlando… Orlando Nuño. Es abogado fiscalista, tiene su despacho en Torreón donde vive mi familia completa. Digamos que le va bien. Somos una familia más o menos acomodada allá en Torreón. Es una magnífica persona, muy entregado a su familia, y a sus pasiones que son básicamente tres… – Y preparaba mis dedos para reforzar mi dicho.
– …Primero, es taurino hasta la pared de enfrente, así que entenderás que en estos tiempos que se habla de la desaparición de la fiesta, él se ha convertido en un fedayín a favor de su causa…- Paré por un segundo cuando vi de reojo la reacción en la cara de Analú.
– Yo creo que ese tema estará vedado con mi suegro… porque, a pesar de que mi familia tiene raíces e intereses muy fuertes en la fiesta brava… yo soy anti taurina y medio…- Y torció simpáticamente su boca.
– Pues mira, yo estoy en medio, digamos que ni me viene ni me va… pero sí, harías bien en evitar el tema con mi papá, puede ser de verdad muy intenso en sus argumentos… pero bueno, continuemos… ¿En qué me quedé? ¡Ah, sí! Su segunda pasión… esa es la pesca, todo tipo de pesca. Desde chicos nos llevaba a a pescar y nos terminó gustando . Y ya sea en el mar, en lago, laguna, río… donde sea, lo hemos hecho de todo… muy divertido. Él dice que si una familia no logra encontrar actividades qué compartir, qué hacer juntos, esa familia se puede desquebrajar con el tiempo
– … Y por último… es un amante de cocinarnos los domingos. Es bastante bueno ¡Eh! Se organiza durante la semana, y si no hay salidas o compromisos, busca en internet recetas o hurga en los viejos recetarios de quien sea… arma un menú… encarga los ingredientes… aunque muchas veces el personalmente los compra… y así los domingos tenemos verdaderas comilonas, ya sea nosotros solos o con algunos invitados…- Y la miré, para ver que más quería saber.
– ¿Hermanos, hermanas? – Claro, la pregunta lógica.
– Tengo 2 hermanas. Una casada, Alicia, que está a punto de tener su primer bebé, y mi hermana menor, Carmen, que está terminando prepa apenas… digamos que fue una bala perdida, casi 10 años después de mi…- Nuevamente me detuve porque advertí que Analú no me oía, había empezado a sonar su teléfono.
Cariacontecida, vio la carátula del celular, me avisó con voz queda que era Julián del Villar, y que guardara silencio.
– ¿Hola, mi amor? …- Justo ese instante, cuando oí como le contestaba se me descompuso la cara, ella se dio cuenta e inmediatamente puso cara de aflicción y corrió para abrazarme tiernamente, y al verla tan afectada por la situación, no me quedó más que expresarle con mi cara que no se preocupara, que no tenía importancia. Aunque me ardía la cara del coraje.
– Estoy en casa de unos amigos ¿Y tú?… ¡Ah… estás aquí en la ciudad! ¿De verdad? …- Y nuevamente su cara era de preocupación -… ¿Comer? Claro que sí ¿A qué horas? …-

Mientras esto pasaba enfrente de mí, yo sentía que me subía como termómetro una mezcla de celos e ira. Sin embargo, sentía la obligación de no hacerle más pesado el momento a Analú.

Una vez que terminó su llamada, sentí su mirada pidiéndome perdón.

– Te confieso que siento horrible, pero también no puedo asumir actitudes ridículas Analú, no te preocupes. Imagínate ¡Tenemos una semana de conocernos! Además me siento feliz, ¡Como si pudiera volar! … Entonces, lo único que te puedo decir es que comprendo perfecto que le contestes así, la costumbre debe ser muy fuerte, y que… me imagino que comerás con él en un rato… – Dije muy convencido de mi pequeño discurso, aunque creo que mi cara expresaba otra cosa, porque Analú se medio rio.
– Te prometo Luke que no tardaré mucho. Pero necesito empezar a preparar el terreno para mi próximo viaje… Ahora no sé qué le voy a decir, si actúo como si no pasara nada, o si le adelanto algo… la verdad me ha sacado un poco de onda su viaje. Él no suele viajar mucho para acá… en 7 años debe ser esta la quinta o sexta vez que viene. Realmente es extraño- Y se quedó pensando.

Cuando se hubo ido como a las 12:30, me quedé con una sensación de intranquilidad. Acrecentada esta por los celos y, por ahí escondido, mucho miedo, el miedo que algo pasara en ese inter. Uno no lo sabe, el corazón de la mujer es veleidoso… y un poco lunático. Además, la débil oposición que había dentro de mí, ya sabes amigo, el viejo Luke con sus ideas, queriendo emerger para convencerme… ¿Sí me sigues amigo?… no quiero confundirte… ¡Yo soy el nuevo Luke!… en fin, me llenaba mi viejo yo de preguntas sobre la conveniencia de estar metido hasta la cocina en un asunto semejante, cuando sólo habían pasado unos cuantos días. Gritándome que estaba quemando mis naves de manera absurda ante una perspectiva que no arrojaba más que dudas. Sólo una promesa linda, pero sólo eso.

Y claro que tenía sentido todo eso que me espetaba mi viejo yo, sobre todo porque he sido una persona que permanentemente ha buscado a la hora de tomar decisiones el ganar-ganar en todo lo que hago, porque no tomo riesgos y decido siempre con la cabeza fría, como si en el Montessori al que fui de niño me hubieran enseñado el ABC del rollo interminable de la inteligencia emocional. En esta circunstancia, en ese problema que se presentaba la solución era salir corriendo por piernas, ni más ni menos, el riesgo era enorme, un área gris inmensa de información desconocida que no me daban prácticamente ninguna certeza.

Pero soy un nuevo yo, un Luke distinto, un Luke que murió solo para darse un pequeño paseo por la inmortalidad, para luego regresar jalado como un papalote al viento, por el llanto de una mujer que desde que me vio no ha querido despegarse de mí. Una mujer que abogó por mi vida, que le debo mi vida y ahora se lo quiero pagar… con mi vida. ¿De verdad suena tan dramático? ¿Tan ilógico… tan irracional? ¿Hay alguna regla universal que diga que tienen que pasar determinados días, semanas, meses o años para decidir con quién quiere gastar uno su vida?

Una vida sin certezas, es una vida en la que buscas denodadamente las respuestas, aun y cuando no tengas las preguntas. Es una travesía con todo el velamen desplegado, buscando el viento en popa y con mil tormentas en el horizonte. Pero quiero creer que vale la pena, porque lo único que sí es dable decir es que si triunfas lo ganas todo, como quebrar la casa en las Vegas. Y a eso apunto ahora, a perseguir la felicidad como un loco, sin limitaciones, sin reservas, con toda la pasión, con todo lo que uno tiene por poner.

Por eso es que he decidido apostar todo mi capital en ella, en la tierra prometida que me ha mostrado en pequeños atisbos, y que, habiéndola visto, ya no puedo aspirar a menos, no debo aspirar a menos.

Y si amigo mío, parece que esta vez sí noqueé al viejo Luke, que se quedó callado. Ahora el de las dudas era él.

Después de un tiempo decidí acostarme un momento para recuperar el sueño que me había faltado la noche anterior, la mejor noche sin duda que he pasado. Pero además, sentí que dormido podría lidiar mejor con esa intensa y noble emoción de extrañarla permanentemente. Tal pareciera que un gigantesco espacio vital justo a mi lado se hubiera deslizado hacia abajo para desaparecer. Así de impactante era su ausencia en mi realidad. Yo estaba segurísimo que con el tiempo todas esas sensaciones tan sublimadas tendrían que ceder, tarde o temprano, pero una cosa si te digo amigo, el extrañarla así es algo que nunca cedió.

Y me dormí. Desperté a las cinco de la tarde, sin hambre y con una tristeza insondable porque sabía que no podía estar sin ella, al menos no tanto tiempo. Pensé salir a correr, pero recordé la sugerencia médica de que no hiciera grandes esfuerzos físicos en las primeras semanas. Me volví a duchar, comí algo y me metí a la cama. Todo ese tiempo esperé como un tonto un WhatsApp de su parte, hasta que caí en cuenta que seguíamos sin tener nuestros teléfonos y mucho menos chats y redes sociales. ¡Que torpe!

Y así, otra vez me dormí, con ese agujero en el estómago.

Pasadas las once, seguía yo dormitando, cuando presentí la proximidad y el olor de Analú… sonreí para mis adentros, ¡Que dulce sueño! Y de pronto todo el amargor con el que me había ido a dormir, me era recompensado con ese arrullo a mis sentidos. E instintivamente hice por abrazar a mi costado derecho, y otra vez reviví ese contacto tibio y breve, y fue tan vívido… tan real… tan…
– ¿Despertaste? …- oí de repente.

Y yo, ubicado exactamente entre la delgada línea de lo onírico y la realidad, me fui de bruces, figurativamente hablando, del lado de la realidad, y grité cuando abrí los ojos y comprobé que efectivamente alguien estaba junto a mí. Fue tan rápida mi reacción que me caí de la cama, quedando boca arriba. Al mismo tiempo se prendió la luz y vi que se asomó Analú mirándome hacia abajo. Su expresión era un tanto indescifrable, un poco asustada, otro poco apenada y definitivamente divertida. Yo, por lo tanto, no supe si enojarme, alegrarme o qué.

– ¡Eres una stalker…! – Le dije – ¡Eres una acechadora!… – Mientras veía que se mordía su labio inferior.
– ¡Nooooo Lukito, perdón! … ¡Perdóname mi amor! – Y de pronto vi que se le humedecieron un poco los ojos. Yo me alarmé, pues no quería hacerla llorar… lo que quería era terminar de despertar.

Así que me levanté rápido sobre mis rodillas para abrazarla ahí donde estaba, al borde de la cama… y la abracé… y me descubrí diciéndole cualquier cantidad de cariños… todo tan surrealista… pues como ya te platiqué amigo, soy muy poco cariñoso… salvo con mi hermana Carmen… y ahora con Analú.
– Pero ¿cómo es que entraste? Me asustaste ¡Tienes que dejar de asustarme así!- Solte riendo, y ella río, y entonces me brilló otra vez la vida.
– ¡Fue una travesura! Cuando me fui hoy muy temprano pensé regresar y darte desayuno, y para no despertarte si estabas dormido tomé tu llave. Pero en lugar de eso regresé y te llamé por el interfono. La verdad olvidé decírtelo y devolverte la llave. Así que hoy, ya estando en mi departamento, te extrañaba tanto que no aguanté más y me vine… desde luego te hubiera hablado por teléfono, pero pues no lo tengo… y usé la llave, comprobé que estabas dormido y me acosté a tu lado. Y no ¡No soy ninguna acechadora!… Pero últimamente he estado haciendo cosas que jamás había hecho. Si mi Mamá viviera y supiera que dormí toda la noche en la cama de un hombre ¡Se infarta! – Y vi su carita asustada imaginándose todo y me reí.

– ¿No me crees, ¿verdad?… Luke, no te imaginas… Ya sé que soy toda una doctora, pero te sorprendería saber que no he tenido más novio que Julián… tú eres el segundo hombre que beso en mi vida… y no, jamás había dormido con otro hombre…- Y bajó su mirada, apenada, y yo no supe que entender por eso, y claramente mi cara expresó mi desconcierto, y fue cuando ella repuso, ahora sí, con evidente candor – … Y no he dormido con otro hombre en… cualquier sentido… que lo entiendas…- ¿Podrá esta mujer alguna vez dejarme de sorprender? Pensaba yo, sin embargo, no quise continuar la plática por ese sendero, pues era notorio que le incomodaba. Simplemente la seguí abrazando.

– ¿Y cómo te fue? …- Le pregunté finalmente.
– No muy bien… me animé a decirle que no me quiero casar, que quiero ejercer mi profesión… que no quiero regresar por lo pronto a Guadalajara. Él lo tomó muy mal. Realmente se puso mal… lloró y me pidió considerar… me preguntó si existía otro hombre, yo preferí decirle que no… por cierto…- Repuso en lo que se limpiaba un par de lágrimas que le brotaron -… Yo considero que mi familia y la de Julián no liguen esta decisión con la existencia de otra persona, es decir … contigo… ¿Te parece?…- Y me miraba esperando mi respuesta.

– Desde luego…- Y de verdad estuve de acuerdo, lo contrario era complicar demasiado su situación – Solo te pido un favor…- Le lancé.
– Lo que quieras…- Me contestó intrigada.
– Que nunca me digas «Mi amor»… ¿Si? ¿Puedes?…- Y no sabía si eso la podía ofender de alguna manera.
– Cuenta con eso Luke, ya te avisaré quién serás…- Y se rio..

Luego me preguntó de improviso – ¿No tienes hambre? ¿Te hago algo de cenar? – Y yo, claro que tenía hambre, pero eso no era todo, estaba subyugado por sus atenciones y detalles. Sobre todo porque veía cómo se iba delineando el pequeño círculo que ocuparíamos como «nosotros».

Y ahí estaba yo, sentado en la mesa mientras la veía cocinar, elegante y magnífica con el vestido y los zapatos de tacón con los que había salido a comer… aun maquillada y con su pelo recogido, y aunque las lágrimas la habían sorprendido hacía un momento, se veía como la princesa que era…

Así estuvimos hasta tarde, intimando como los novios que ya éramos.

Al final, la llevé a su casa, quedando de vernos al día siguiente, en que yo regresaría a mi trabajo, y ella abordaría el último avión del día a Guadalajara…

(Continuará…)     Cuando el Verde es Azul (Parte 10)

Cuando el Verde es Azul (Parte 9)

Cuando el Verde es Azul (Parte 9)

Cuando me desperté a las 8:05 Analú se había ido. En su lugar yacía Benito que me veía curioso, en tanto yo me restregaba los ojos después de una noche que definitivamente no fue típica. Me apresuré hacia la ventana de la sala, oteando desde el tercer piso por si alcanzaba a verla, a Ella, ya fuera en el parque, en las aceras o cruzando la calle. Tarde en entenderlo, pero había retornado al mismo punto en el que me encontraba anoche: sin saber dónde vivía o su teléfono. Nada.

A estas alturas, no sabía qué pensar o qué esperar de ella. Esta situación de incertidumbre me provocaba una gran tensión. Acostumbrado como estaba a administrar certezas, esto me sabía muy mal, sobre todo cuando lo primero que estaba en prenda era mi corazón, mi pensamiento, mi tranquilidad.

Y ahí estaba yo, nuevamente refiriéndome a mí y a mi situación presente como si estuviera en medio de una historia de Corín Tellado, de esas que leía mi madre y que, desvergonzadamente dejaba en cualquier parte de la casa, hasta que yo la encontraba y me la llevaba a escondidas a mi cuarto a mis doce años. Tratando de desentrañar la verdad de los personajes y sus vidas en un universo donde sólo parecen importar las cosas del corazón. Terreno desconocido para alguien que generalmente tiene el control de su entorno y, en ese entorno, nunca hay conflictos sentimentales, donde las relaciones de pareja son un asunto de bajísimo riesgo: un ganar-ganar seguro.

Hasta ese momento mi vida sentimental era muy simple, por no decir conveniente.

Había tenido varias novias, con las que inicié una relación, la sostuve por algún tiempo y luego, por efecto de una curva decreciente en sus motivaciones iniciales, se terminaba de la manera más amigable, y punto.

Si amigo era muy frío, insensible si quieres, pero los problemas eran mínimos. Nunca, ni siquiera cerca, me pareció que se me fuera la vida en ello, lo que ahora parece ser, la mayor parte del tiempo, el sentimiento más abrumador en relación con Analú,

Prácticamente asumí que si no la volvía a ver me consumiría por dentro. Esos pensamientos me hacían reir, a mí, el mismo que se mofaba de las historias ridículas y cursis de las telenovelas, tan llenas de frases huecas, con galanes afectados y heroínas que lloraban un río, sufridas y estoicas, preparadas para esperar por una eternidad al que se fue.

-0-

Me duché y ordené un poco el departamento. En eso estaba cuando sonó el timbre. Corrí hacía el interfono.

– ¿Hola? – Dije sin dejar de desear con mis puños y mis ojos cerrados que fuera ella.
– ¿Ya desayunaste…? – Preguntó del otro lado Analú. Mientras yo hacía toda clase de movimientos extravagantes a manera de celebración. Levantando los brazos como si hubiera terminado algún maratón.
– No. ¿Por? …- Contesté haciéndome el interesante.
– ¡Ábreme ya tonto!… Si quieres desayunar- Y yo prácticamente sentía el aire en mi cara… el aire en esa montaña rusa emocional desconocida hasta ahora por mí, y en la que ahora estaba en su parte más alta, cuando no hacía mucho me encontraba en la absoluta depresión.

Abrí la puerta como un niño que sabe que del otro lado le espera una gran pelota de colores. Ella estaba esplendorosa, igual se había duchado. Nuevamente sin una gota de maquillaje, su carita de niña linda, una blusa verde a cuadros, unos jeans y un perfume delicioso… frutal con reminiscencias de maderas finas, ¡claro amigo! Eso último lo pensé pero no lo dije ¡Imagínate lo que iba a pensar de mí si se lo digo! Yo había quedado embriagado con su aroma. Me dio un beso en la mejilla y se introdujo al departamento, y se dirigió sin mayor dilación a la cocina con una canasta de picnic.

Yo la seguí justo detrás, mientras mi mirada se resbalaba por su talle, su cintura, caderas y el trasero más lindo que haya visto. Ahí me tienes amigo, como una suerte de Terminator, llenando en mi memoria cibernética las lagunas y vacíos que mi memoria tenía de Analú. No lo vas a creer amigo, pero no solamente su vida era una incógnita, sino que incluso algunas partes de su cuerpo me eran desconocidas. Por ejemplo, no sabía cómo eran sus manos o sus pies, su nuca, su cuello…

Confirmé que su cabello era ondulado, largo y castaño claro, su cara hermosa me seguía recordando a Audrey Hepburn, pero con algunas diferencias. Su rostro era más angulado, sus ojos no tenían forma de avellana, eran más alargados y, por supuesto, intensamente verdes; y sus cejas no eran tan anchas. Era medianamente alta, delgada, del tipo atlético. Y definitivamente era muy femenina, pero también sus movimientos acusaban fuerza y tozudez. Su tez era blanca, su piel linda y joven, como ella. ¿Tendría algún defecto? Pensaba yo mareado de tanto embeleso.

– ¿Por qué te fuiste? – Dije.
– Bueno Luke, sabrás que mi vanidad no me iba a permitir que me vieras toda hinchada y despeinada. Además, tú no lo sabes Luke, pero amo cocinar, así que fui a mi depa a hacerte algo de desayunar ¿Estás listo…? – Mientras empezaba a sacar cosas de la canasta.

Desayunamos mientras reíamos recordando la noche anterior. ¡Oh sí! Esto debía ser la felicidad, pensaba yo, tan lleno de ilusiones y con mariposas en el estómago. Estaba noqueado completamente por el amor. Por momentos recordaba que había algunos temas que tratar. Particularmente sobre el novio de Analú. Pero no quería en mi mente concederle gran importancia, ella simplemente hablaba con él y ya, ¿No? ¿Iban a casarse? Igual, Analú debía resolverlo, de una u otra manera. A menos claro está… que ella no estuviera convencida de hacerlo. A menos que conservara sentimientos por él. Y de pronto el estómago se me hacía un nudo y me empezaba a doler, una mezcla de celos y miedo: la sola idea de que no pudiéramos realmente estar juntos me lo descomponía todo.

En ese momento opté por no abrir ese tema pospuesto, decidí que ella decidiera cuando hablar de ello.

-0-

– ¿Quieres café? – Me preguntaba sonriendo cuando terminamos el desayuno.
– ¿Sabes que ni mi madre ni nadie me atiende como lo has hecho tú? – Y ella me miraba sobre el borde de su taza de café.
– Bueno Luke, no juzgues todavía. Las chicas solemos ser de lo más lindas cuando conocemos a alguien…- Dijo circunspecta mientras me alargaba una taza de café.
– ¿Es lo que estás haciendo? ¿Ser linda? – Sin dejar de sonreírle.
Ella se río de pronto, y luego repuso – ¡A quién quiero engañar!… No, no estoy siendo solo linda. La verdad es que fui educada así. Digamos que estoy siendo linda, pero muy feliz de hacerlo…- ¡Ah, magnífica respuesta! Pensé mientras seguía saboreando el café.
– Fui la única hija de 4 hermanos. Dos hermanos mayores, Julio y Pedro, y uno menor, Sebastián. De manera que se me enseñó que como mujer debía estar atenta de mis hermanos y, por supuesto de mi padre- Y se mordió ligeramente el labio inferior, un gesto que no le veía desde aquella noche en el hospital.
– Mis padres… mis padres murieron en un accidente hace ya 8 años…- Se le nubló la vista y bajó la mirada.
– ¡Uf, que pena Analú!… que pena escuchar eso…- Analú se quiso reponer pronto, limpio sus lágrimas con una servilleta.
– Si, bueno, así es la vida. Mis padres eran buenos, mi padre era algo severo, mi madre toda dulzura…. Yo heredé la dulzura de mi madre… – Dijo riendo – Y julio, mi hermano mayor la severidad de mi padre…- Y ya no dijo nada más, ni yo, nos quedamos en silencio.

Imposible saber en qué se quedó pensando ella, pero por su mirada me dio la impresión de que se había inmerso en sus pensamientos más guardados, quizá estaba tocando viejas heridas no cerradas del todo. Yo, por mi parte, tuve que concluir que estaba equivocado, que estaban errados mis razonamientos sobre cómo se tendría que resolver todo, no iba a ser fácil. Me di cuenta, que había una historia por conocer.

Y así nos quedamos un momento. Mismo que me pareció que era el preámbulo antes de conocer la película completa. Y de pronto tuve la extraña sensación de que me estaba metiendo en algo que marcaría mi futuro. Sentí un poco de miedo, miedo a lo desconocido, al brinco al vacío que estaba por dar. Y yo, siempre tan cerebral, me oí preguntándome ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?, y nunca lo dudé, ni por un segundo. Seguiría en esto hasta donde topara. Todavía una parte de mí en oposición, me señaló que no sabía nada de ella. Sin embargo, era tan débil esa resistencia, que no duró mucho antes de la aplastante reafirmación de mis sentimientos y convicciones.

– Luke, mi familia no es una familia común. Mi familia es muy conocida en Guadalajara, por su poder, renombre social y por supuesto por su dinero. Somos una familia muy conservadora, y muy estricta en ciertos aspectos. No obstante que mis papás murieron, mis hermanos mayores se han encargado de mantener las cosas igual que siempre. Mi hermano Sebastián y yo siempre fuimos distintos, así que cuando digo “somos una familia”, lo digo por comedimiento, aunque desde luego guardo muchas posiciones contrarias a mis hermanos. Los negocios de mi familia son muy variados: tequila y otros cultivos; ganadería tradicional y fiesta brava, autotransporte, restaurantes, tiendas de conveniencia, etc. Y como familia hemos tenido desde siempre una relación muy fuerte con la familia del Villar, otra familia muy poderosa y conocida de Guadalajara. Siendo muy joven yo, a mis 14 años, empecé un noviazgo con Julián del Villar…- E hizo una pausa. mientras yo me preparaba mentalmente para enterarme de algo que no me agradaría tanto.
– … noviazgo que fue bendecido por nuestros padres, que con los años acordaron que nos casaríamos en un futuro. Yo no estaba en contra de ese compromiso en un principio, yo quería y quiero a Julián porque siempre fue una magnífica persona conmigo. Sin embargo, la gente madura, y yo maduré, de pronto descubrí que no me había gustado ser parte de un trato entre familias, no me gustaba que hubiera acordado sobre mi futuro. Así que cuando cumplí los 18 años, todos creyeron que había llegado la hora de casarnos. Yo me opuse, y les puse como condición que no me casaría hasta cumplir con mi sueño de estudiar medicina. Eso levantó una gran ámpula entre las familias, para mis padres y hermanos, era un asunto de honor que tenía que cumplirse. Un poco después de eso mis padres murieron en un accidente de carretera. Ese terrible suceso nos pasmó a todos y todo. Lo que de alguna manera hizo pasar a segundo término mi negativa, y así me pude venir a estudiar a México a pesar de la oposición de todos, incluido Julián. La escuela de medicina se convirtió para mí en un refugio y en un prolongado receso dentro de toda la tensión generada. Mi relación con Julián siempre ha sido buena, y yo estaba, hasta cierto punto, decidida a casarme con él en los términos acordados. Pero todo se complicó hace unos días que llegaste tú…- Y en ese momento, mientras veía como se devaneaba Analú para explicar esa maraña de cosas que era su vida, entendí la gravedad de todo lo que estaba pasando.

– Estoy en ese momento, en el que no sé qué hacer. No puedo explicármelo, pero te quiero y te necesito, la circunstancia que nos unió por más extraña y rara que sea, entre tú y yo hay algo demasiado fuerte, yo no sé llamarle Dios o destino, pero hay algo o alguien que nos ha querido unir y aquí estamos, pero tengo que resolver el problema, tengo que ir a Guadalajara a hablar con mis hermanos, sobre todo con Julio. Julio se ha convertido en la cabeza de la familia y él me había advertido en el pasado que sobre su cadáver no cumpliré la promesa de la familia. Hay muchos compromisos económicos de negocios con la familia del Villar, no va a ser nada fácil, probablemente tenga que llegar a extremos que no había considerado- Y se detuvo para tomar aire.

Esto que sonaba a la clásica historia de telenovela, de pronto se me presentaba como un gran nudo por desanudar. Analú, mientras, parecía reflexionar sobre lo siguiente que me diría.

– Todo lo que te he dicho de manera muy resumida, te lo cuento para saber que puedo esperar de ti. Y créeme, si decidieras dar un paso atrás ahora, no te lo criticaría. Esto es muy complicado para procesarlo así de rápido. Yo de cualquier manera iré a Guadalajara a finiquitar esto…- Y la interrumpí.
– Ana Sofía, no hay nada que pensar. Estoy contigo a muerte. Es un salto al vacío para mí, pues no te conozco, no sé quién eres, en qué crees, qué has hecho o dejado de hacer. Sólo sé que eres hermosa, que tienes un trasero lindo…- Y su reacción no se hizo esperar.
– ¡¿Qué?!…- Con su cara entre divertida y enojada…
– No me interrumpas. Si… te puede dar risa, pero hasta hace un rato he sabido cosas sobre tu cuerpo que no conocía… no te había visto antes con suficiente luz, como ahora lo hago… pero deja eso, no sé, te repito, quién eres… y aun así te quiero y te quiero conmigo para siempre, sin limitaciones, sin reservas…. Aunque no sepa si roncas, si tienes hongos en los pies o si eres bipolar…- Ahora era ella la que me interrumpía.
– ¡Oye! … ¡¿Qué te pasa?!… – Y reía, con su cabeza echada hacia atrás, liberándose un poco de la fuerte confidencia hecha- … ¿Cómo te atreves?… primero me elevas luego me dejas caer ¡Claro que tengo mis defectos!… Puedo enojarme realmente, fumo, veo mucho futbol para ser mujer… soy un poco desordenada, me desvelo cada noche viendo películas, soy en exceso sensible… como mucho, hablo mucho… ¡Ah! Y te amo mucho…- Y me veía con sus ojos grandes tan diferentes ahora a los de Audrey Hepburn.
Yo no pude evitarlo, me acerqué intempestivamente a ella la tomé de la cintura e hice por besarla… y ella se resistió… yo me quedé un poco desconcertado. Se zafó de mí y me dijo riendo…
– ¡Ah! Y no doy besos sin antes cepillarme la boca…- Mientras me veía con sus ojos más verdes que nunca.

Después de eso nos quedamos congelados, viéndonos directamente a los ojos con cara de expectación, sabíamos lo que teníamos que hacer. Luego salimos corriendo. Yo al baño por mi cepillo, ella a su bolsa donde tenía su propio cepillo y pasta… nos volvimos a encontrar en el baño, mirándonos a través del espejo, y riendo con hilos de pasta que nos salían de las comisuras de las bocas… y la risa se hizo carcajada cuando nuestras cabezas se toparon ligeramente cuando nos acercamos al lavabo a enjuagarnos la pasta. Lo hicimos rápidamente, cuando terminamos nos quedamos de frente, quietos y serios… y así fue por unos segundos…

Déjame te digo algo amigo. Ese fue sin duda uno de los momentos más especiales de mi vida. Ese día, domingo según recuerdo, una semana justa después del rayo, tuve noción de lo que realmente era amar con locura a alguien. El romanticismo me pateó mi anti romántico trasero, y a partir de ese día vi todo diferente… bueno, pero no me adelanto… el caso es que nos fundimos en un gran beso con sabor a menta y eucalipto… un beso que fue todo… ternura, pasión, locura… ¡Todo! La culminación de un ansia contenida por un largo tiempo y la reafirmación de un sentimiento muy profundo… así sellamos nuestro compromiso… y sobre todo abrimos la caja de Pandora…

(Continuará)                  Cuando el Verde es Azul (Parte 10)

Cuando el Verde es Azul, Parte 8

Cuando el Verde es Azul, Parte 8

Abrí los ojos. Estaba completamente obscuro.

En frente de mí, a pesar de la penumbra reinante, sabía que Analú dormía plácidamente a solo unos centímetros. Esa certeza me hizo suspirar tan profundamente, que yo mismo me sorprendí por el ruido que ocasionó esa espiración y el breve gemido que le siguió.

Recordé, justo después de eso, a un locutor de radio que alguna vez escuché quien, entre canción y canción, se prodigaba con frases y rollos llenos de una cursilería tan empalagosa que solían darme la oportunidad de reírme a carcajadas, tanto por su voz un tanto meliflua como de sus discursos llenos de una chabacanería infinita. A él le escuché decir un día, que la felicidad era en realidad su búsqueda, y que su clímax, esas breves explosiones de euforia que lanzan pequeños latigazos de dopamina y serotonina a todo el cuerpo, era en realidad el aviso que había que empezar de nuevo.

Esa noche me di cuenta que no tenía idea de lo inmensamente feliz que podía ser, y por periodos tan prolongados.

Vi por encima de Analú y el reloj despertador estaba apagado. Afuera llovía copiosamente, por lo que no fue difícil suponer que la electricidad se había ido, lo que explicaba por qué estaba más obscuro que de costumbre.

Puse mis ojos sobre donde yo suponía estaban los ojos de Analú, al tiempo que, repentinamente, un relámpago destelló tan fuerte que iluminó el cuarto entero, como si fuera de día, regalándome así una instantánea espectacular de ella abrazando una almohada y con su rostro hermoso expuesto a mis ojos ávidos de Ella. El trueno que acompañaría a ese relámpago, se retrasó un poco más de lo normal, y aunque sabía que sería muy fuerte, nada me preparó para el estruendo que cimbró todo a mi alrededor. Justo cuando retumbó, oí el grito y como el cuerpo de Analú se fundía conmigo en un abrazo que a reserva de los muchos adjetivos que puedo darle, me limitaré a decir que fue inolvidable, absolutamente inolvidable.

– No te asustes, llueve – Le dije, abrazándola a su vez, tratando de actuar con absoluta naturalidad.
– Les tengo pavor a los rayos- Decía mientras yo sentía como temblaba su rostro pegado a mi pecho.

En este punto amigo, me veo obligado a aclararte que, aunque me considero un caballero, también te digo que no soy de palo, y que si fuera otra chica yo ya estaría planeando mi siguiente movimiento platónico… ¡Para echármela al plato! Pero… era Analú. Y lo único que me movía en ese instante, era la emoción tan grande de tenerla cerca, con el aire caliente de su respiración rebotando literalmente contra mi corazón.

Un segundo relámpago y su correspondiente trueno reafirmaron nuestra posición, y ese fue el proemio de lo que se convirtió en una serenata larguísima de rayos y truenos, que casi duró una hora.

Nuevamente, en algún punto empezamos a reír casi frenéticamente. Analú, invariablemente, durante ese carnaval de relámpagos, cada vez que uno rasgaba los cielos con su dibujo caprichoso de luz, hacía que Ella se sacudiera, me apretara y luego riera compulsivamente, justo en ese orden. Y esta dinámica se repitió tantas veces, de manera que terminamos riendo como locos de continuo, abrazados como langostas… y yo digo que ambos felices.

Fue muy tentador dejarme llevar por ese instante sin decir nada, ni abrir los frentes que tenían que ser abiertos. Era muy fácil mantenerse en el tierno y cálido cobijo de su breve cuerpo, así, sin más. Sin embargo, yo arrastraba una tonelada de inquietudes, y creo que no iba a encontrar un mejor momento para desahogarlas todas. Yo estaba dispuesto a reventar esa burbuja de felicidad irracional, con tal de no prolongar mis incertidumbres.

Así que, en medio de la obscuridad y tan juntos como se puede estar, en cuanto se abrió un remanso en medio de esa tormenta perfecta, tan atípica como oportuna, disparé primero.

– Analú, yo creo que es necesario que hablemos- Oí mi propia voz en ese silencio apabullante, sobre todo después de tan sonora demostración de la naturaleza.- Hay evidentemente algo entre nosotros y yo quiero saber qué está pasando por tu cabeza. Yo ya no sé si te volveré a ver o no, y para serte muy sincero necesito pisar en tierra firme…- No quise andar con rodeos.
– ¿Tú quieres seguirme viendo? – Preguntó, todavía trémula.
– Analú, no voy a esconder nada. No pienso hacerme el interesante, esto que tenemos tú y yo es todo menos normal. Yo no te estoy cortejando, te estoy reclamando para mí con todo lo que eso signifique. Y lo hago sin saber de ti prácticamente nada, y lo sé, me estoy exponiendo a perder y a perderte, pero tampoco creo que tenga que seguir guardando esto que cargo desde que te vi por primera vez- Lo dije con tal elocuencia que me pareció escuchar su suspiro.
– ¿De verdad? – Y su voz sonó tan dulce, tan feliz… tan ilusionada. No sé amigo, yo estaba en los cuernos de la luna.
– Luke, yo tampoco quiero esconder nada… siento exactamente lo mismo que tú… Yo ya había renunciado a ti hoy ¿Recuerdas?… o, mejor dicho, ayer durante la noche. Pensé que mis problemas terminarían si tu decidías no ir detrás de mí. Y no lo hiciste, entonces pensé que así serían las cosas… y así estaba bien, yo ya no haría más nada. Estaba triste, muy triste. Pero, después me buscaste ¿Sabes? Gritando como un lunático a las 3 de la mañana con tu ridícula camiseta de Mickey Mouse… – Y empezamos a reír otra vez. ¡No recordaba que me había salido así!

Y Analú hablaba con mucho cuidado, seleccionando las palabras celosamente, y además poniendo especial empeño en su dicción, como si supiera que cualquier cosa dicha fuera de su lugar, podría ser interpretada de una u otra manera.

– ¿Problema? ¿Por qué tendrías un problema si iba detrás de ti? – Su cara se quedó seria. Tal parece que se dio cuenta que se equivocó al escoger las palabras.
– Ya sabes que yo tengo una historia con otra persona…- Lo dijo sin cortapisas.
– Bueno en ese caso me parece que tendrás que tomar una decisión- Dije sin mayor miramiento.

Ella suspiró. A esa hora se asomaban tímidamente los primeros resplandores que ya anunciaban al nuevo día, y podía ver ya algunos detalles de su cara hermosa.
– Luke te contaré todo. Te lo prometo. Pero déjame prolongo más este momento ¿Sí?… Quedémonos así, juntos, muy juntos…- Y sentí sus brazos rodeando mi cintura.

No pude resistirme. Además, me estaba venciendo de nuevo el cansancio. Nuevamente me dejé llevar por la embriaguez de su olor, su calor. Nunca intenté besarla ni tocarla más allá del abrazo que nos tenía trenzados desde el primer trueno. Así permanecí en ese abrazo prolongado… y, en algún momento, nos volvimos a dormir…

(Continuará…)       Cuando el Verde es Azul (Parte 9)

Cuando el Verde es Azul, Parte 7

Cuando el Verde es Azul, Parte 7

Cuando Analú se hubo ido, caí en cuenta que no la volvería a ver nunca, y me empecé a preguntar, una y otra vez, ¿Qué hago?… ¿Voy detrás de ella…? Todo mientras daba vueltas en un radio de 8 baldosas, y como testigo Benito que me seguía con esa mirada, la que me asustaba a veces, pues realmente me hacía dudar si de verdad entendía lo que estaba pasando.

Amigo, tienes que entender mi desconcierto esa noche, no tenía una idea clara de dónde estaba parado en cuanto a esta chica, no sabía que debía hacer o dejar de hacer pero, peor aún, si la respuesta era ir a buscarla, Ella se había alejado sin tener una idea clara de dónde encontrarla.

Estarás de acuerdo que la situación era absolutamente atípica. Y claro, ella era linda, muy linda. Para serte perfectamente honesto, Ella me tenía loco desde el primer segundo, como ninguna otra mujer jamás lo logró. El alud de pensamientos que le siguió a ese instante me hacía perder la compostura y, por lo tanto, el control de mis actos. En amplias oquedades de mi cabeza cabalgaban sueltas un montón de ideas, y en todas terminaba yo corriendo detrás de ella. ¡Una locura amigo!

Pero ¿Qué le vamos a hacer? ¡Se va a casar!… Y me daba la impresión de estar en el rictus de un galán de telenovela de los setentas.

Un poco de la cordura que se extravió durante este desvarío, empezó a dar signos de vida. Hasta ese particular momento empecé a recuperar el dominio de mis actos y mis pensamientos. Me cuestionaba ¿Qué es lo que estoy haciendo? ¿Qué hago en medio de este tremendo merengue? Ya tengo 27 años, no puedo atorarme en cualquier rosal…

Pero ¿Qué cosa soy… un adolescente… o un imbécil? ¿Cómo puedo trastornarme la vida en un par de días? La verdad estaba sorprendido por toda la tensión que había generado en mi vida una desconocida con la que no lograba completar ¿Cuánto? ¿Dos horas de trato? ¡Era increíble!

Después de ese remolino de ideas y contra-ideas concluí que todo este caos emocional lo habían causado los largos días que fue internado, la ingesta de medicinas y más medicinas; y una muy poca y muy mala comida del hospital. Y, por si fuera eso poco, por si hiciera falta otro elemento para ponerle la bandera al pico de la montaña, estaba todo ese extraño suceso sobre mi muerte. Algo que procuraba cavilar, y que cuando emergía nuevamente a la superficie de mi consciencia, no tardaba mucho en encontrarle un distractor con tal de no echarme un clavado en ese hoyo negro en mi existencia.

Además -regresando a lo otro- ese no soy yo. Me distinguía por cerebral, calculador, quizá hasta un poco frío, sí lo admito. Lo mío era lo seguro, lo marrao, no me podía ir de boca de esa manera. Durante esa reflexión sentí que había hallado de donde asirme, como sí hubiera podido resolver el nudo mental que me tenía doblado. Me senté nuevamente en la banca y con absoluta convicción concluí “Ella ya se fue. No sé dónde vive, no tengo su teléfono ni a dónde comunicarme con ella. No haré nada por buscarla y dejaré que el destino fluya”. Y en ese acto amigo, renuncié a eso que estaba empezando a ser una fijación. Después de eso, sentí calma.

Ya con esa certeza, me enfile con Benito hacia el departamento. Llegué, me senté en mi silla de gamer, levanté el teléfono y pedí al Capri una pasta. Me metí a bañar, me puse mi vieja camiseta de Mickey Mouse, esa que nadie conocía por la pena que me causaba su existencia, pero que por otro lado tampoco me podía deshacer de ella. Llegó mi pasta. La cené con un poco de vino que guardaba en el refri. Me lavé los dientes y me acosté. Y más tarde, soñé.

Así es amigo… tuve uno de esos sueños… ¿Cómo describirlo? Si te digo que fue raro, rápidamente me dirás ¿Qué sueño no lo es? Y tendrás razón. Digamos que fue un sueño extraordinariamente vívido, lleno de luz y colores fulgurantes. Todas las sensaciones se sublimaban, como si fuera un viaje trascendental… como si por primera vez viera, tocara, oliera, escuchara y probara. Pero bueno, sé tú el juez.

Después de dormir profundamente desperté. Primero vi el techo y noté que en él había muchas luces. Esas luces, sin saber cómo, se acercaron a mí… o al menos, eso creía… pero no, estaba ocurriendo lo contrario, era yo el que se había aproximado al techo y a las luces, porque… ¡Flotaba en el aire! Justo en ese momento, recuerdo haberme hecho consciente del sueño, ¡no pasa nada! Me dije. Pronto despertaré. Bajé la mirada y me sorprendí al verme allá abajo, parecía dormido. Puse un poco más de atención y me di cuenta que estaba en un quirófano. Tenía el pecho descubierto, a mi alrededor un grupo de doctores discutían entre sí, y me llegaban voces lejanas y metálicas:
– Doctora es inútil. Hemos satisfecho con suficiencia los protocolos, el paciente ha fallecido… cariñosamente le recomiendo que procure no bajar la guardia, somos doctores, pero antes somos personas, y nos debemos mantenernos sanos emocionalmente y en las mejores condiciones para cumplir con nuestro trabajo…-

Tengo solo fragmentos del sueño, lo siguiente que recuerdo es que de nuevo me elevaba, lentamente me alejaba, cada vez se iba empequeñeciendo todo, hasta que desaparecía de mi visión esa sala y mi cuerpo recostado. Levanté la mirada y frente a mí tenía un camino que seguir. Sin sentir temor alguno y desprovisto de todo sentimiento que no fuera el de una grandísima paz, me dejé llevar.

Era una emoción hermosa, esa de dejarme ir sin preguntarme y, mucho menos, angustiarme por el futuro, de alguna manera tenía la certeza que estaría bien, muy bien.

Súbitamente oí algo, apenas perceptible, venía de abajo. Ese rumor, sin saber de qué manera, me jaló de regreso. En ese punto, yo no quería regresar, deseaba tanto quedarme ahí en medio de ese bienestar indescriptible. Pronto, me vi retornando por el mismo camino, hasta que divisé a lo lejos, un cuadrito iluminado en mi horizonte: era el quirófano dónde había estado hacía solo unos instantes.

Me volví a ver ahí, tendido, solo que en esta ocasión con una mano sobre mi pecho. De a poco, oí otra vez y más claramente el rumor a partir del cual había regresado. Era un llanto muy quedo, sentido, profundo.

Amigo todo esto que intento describirte tan torpemente, multiplícalo por mil y seguiré estando muy lejos todavía de las percepciones y sensaciones que viví en ese momento, en ese sueño tan extraordinario. El sentimiento que lo impregnaba todo, era de una honda tristeza, de un deseo ferviente por no despertar. Sin embargo, también había comprensión, simpatía… algo muy humano.

Repentinamente abrí los ojos, sin sobresaltarme. Tranquilamente, me incorporé, abracé mis rodillas por unos segundos, y luego, después de saborear los resabios del sueño, sin pensarlo mucho me dije con ímpetu – ¡Analú!

Tiempo seguido, me levanté, me puse unos tenis, tomé mis llaves, revisé el reloj: las 2:47 AM.

Salí presuroso de mi edificio y corrí hasta la banca donde estuve con ella. Sin darle muchas vueltas a lo que tenía que hacer, seguí su rastro, avancé hacia los setos y doblé al igual que ella lo hizo, luego mantuve el rumbo corriendo hasta salir del parque. Y así seguí por tres manzanas, las mismas que ella había indicado. Llegué a una esquina de anchas avenidas. En esa confluencia existían cuando menos 5 o 6 edificios de departamentos. Giré los 360 grados y no logré ver una sola luz prendida. Me regresé a una de las esquinas y me senté sobre el cordón. No sabía qué hacer. Era ridículo, no podía tocar los timbres de cerca de cien departamentos para ver si tenía suerte. Ahí me quedé un tiempo, el suficiente para admitir que había sido derrotado por las circunstancias. Lo de una aguja en un pajar era poco.

Di una última mirada y regresé sobre mis pasos. Toda la alta muralla de convicciones que me había impelido salir a buscarla, se había derrumbado estrepitosamente. Ahora verla se había convertido en una necesidad imperiosa… aunque fuera una última vez.

Con la mirada en el piso, había caminado ya una cuadra en dirección a mi departamento. Y en algún segundo, movido por algo que no puedo explicar, di media vuelta y corrí impetuosamente otra vez hacia esa esquina. Llegué justo a la mitad de esa intersección desierta, y tomando una gran bocanada de aire, grité con toda mi alma su nombre. Y lo repetí 4 o 5 veces, cada vez más fuerte y prolongado. No tardó mucho para que se empezaran a prenderse las luces de algunos departamentos. Después oí como se corrían algunas ventanas, seguido por gritos y algún insulto.

Yo, lejos de callarme, seguí gritando como un loco.

– ¿Qué haces? – Escuché a mis espaldas… giré y la vi.
– … Nada- Respondí tan estúpidamente que no te puedes imaginar. Como un niño con chocolate en la boca y negando haberlo comido.
– ¿Me estabas buscando? – Preguntó sonriendo.
– Si …- Afortunadamente no lo negué.
– ¿Y por qué me buscas aquí? Yo no vivo aquí, vivo a dos cuadras de aquí- Y se sonreía.

Yo me quedé callado, sin tiempo de sentirme más ridículo aun, pues observé detrás de Analú como se acercaban a solo unas cuadras, dos patrullas de policía, seguramente solicitados por los vecinos molestos. Así que la tomé de la mano, la jalé y salimos corriendo por otra de las calles. Corrimos como locos, y mientras lo hacíamos nos empezamos a reír desaforadamente. Cuando nos dimos cuenta, ya habíamos regresado al parque enfrente de mi edificio. Así que paramos y nos tiramos sobre el pasto mientras seguíamos riendo. En todo ese tiempo yo no había soltado su mano, ni ella la intentó retirar. Pronto nos callamos. Nos quedamos en silencio, recostados, viendo hacia las estrellas por segunda ocasión en esa noche.

– ¿Me escuchaste desde tu departamento? – Pregunté un poco intrigado.
– No. Te escuché mientras estaba en la calle, no podía dormir y decidí a dar una vuelta- Dicho eso, ya solo faltaba que me preguntara por qué la buscaba. Y ahí estaba la dificultad. No sabría qué contestarle. Sin embargo, no preguntó nada.
– Tengo frío- Mientras giraba su cabeza para verme.

Me levanté y nuevamente tomada de la mano la conduje hasta mi departamento.

Entramos y prendí la luz, ella me hizo una seña por la que entendí que no deseaba luces prendidas. Luego sin decir nada buscó mi cuarto, se metió en él y se acostó en mi cama hecha un ovillo. Yo la seguí y me acosté igual, viéndola a los ojos.

– Buenas noches Luke- Dijo quedo.
– Buenas noches Analú- Le contesté yo.

Tiempo seguido ella se durmió. Yo, por el contrario, me quedé mirándola, tratando de tatuarme en la memoria su rostro glorioso, para si fuera el caso de ya no verla más, sí tener un recuerdo claro como fotografía de ella. No sé cuánto tiempo estuve así, hasta que me venció el cansancio.

(Continuará…)     Cuando el Verde es Azul, Parte 8

Cuando el Verde es Azul, Parte 6

Cuando el Verde es Azul, Parte 6

… Y era ella…

Amigo, ¡créeme! Desprecio ese hábito de los tontos para adornar las pláticas con exageraciones e inexactitudes, para luego hacerlas parecer más interesantes.

Te juro que yo no caeré en eso, pero si tengo que hacerte un relato fiel de lo que sucedió, usaré todos los escasos recursos que tengo, para describírtelo con justa exactitud, tal como lo viví esa noche.

Analú apareció detrás de aquellos setos, precedida por Benito, y aunque era bañada por la obscuridad reinante, esta no era total, de tal forma que durante su recorrido hacia donde yo me encontraba, ella quedaba, por momentos, parcialmente iluminada por una luz potente que se filtraba entre las hojas y ramas de los árboles, dándole así a mi espera un toque de expectación, de emoción contenida, que violentó sin remedio a mi corazón que, repentinamente, desbordó sus latidos.

Cuando por fin la vi, después de ese interludio mágico, con ese vestido amarillo corto y pegado de algodón con flores blancas pequeñitas, zapatos bajos, sin gota de pintura y con el cabello suelto … y ya sé… ¡ya sé! A riesgo de llenar esta memoria con frases gastadas, tengo que decir simple y llanamente que me dejó sin aliento. Y, desde luego, cuando quise hablar sentí que apenas podía balbucear.

– ¿Analú?… ¡Hola! Pero… ¿cómo es qué…? ¿Benito…? – La verdad no lograba entender como se vinculaba Analú con Benito.
– ¡Hola Luke! … – Me sonrió… y para seguir con los lugares comunes, se me iluminó la vida.
– Pues sí, Benito aquí está ¿Cómo lo ves…? – Y Benito era una explosión de alegría perruna que no dejaba de brincar – ¿Te lo explico? … – Mientras se sentaba a mi lado en la banca, todavía se reía de mí, seguramente por la similitud entre mi cara de sorpresa con mi cara de idiota.
– Si, ¡Por favor! – Decía esto mientras por dentro un regocijo me inflamaba el pecho, por lo que pensé que Benito y Yo estábamos haciendo un papelazo, aunque mi compañero lo llevó al extremo al echarse de panza para arriba, la lengua colgando y sus patitas al aire.
– Pues no sé Luke, te vi tan preocupado por tu perro aquel día que hablamos en tu cuarto de hospital… así que, saliendo temprano esa mañana del hospital, se me ocurrió venir a buscarlo…- Y se adelantó a mi siguiente pregunta – Conseguí tu dirección en tu expediente, así que no tuve problemas para venir y por si fuera poco, tú no lo sabes, pero vivo a solo tres manzanas de aquí…- Me decía mientras yo observaba como se encendía un cigarro.

Yo, que he odiado el tabaco toda mi vida… me importó un carajo ese detalle. Seguía oyéndola encandilado por su encanto y feminidad, mientras estudiaba absorto cada pequeño detalle de su rostro, su mirada profundamente verde, su sonrisa amplia, su cuello largo y elegante, su talle esbelto, sus piernas de ballet… supe justo en ese momento que estaba arrebatadoramente enamorado de esta mujer, y sí, teniendo que recurrir a los clichés más comunes de las historias baratas de amor, te puedo asegurar que pensé con toda seriedad en aquella frase “Como nunca jamás me he enamorado de alguien”.

Pero deja que te explique algo amigo. El detalle del cigarro no es poca cosa para mí. Entre mis amistades soy bien conocido por ser extremadamente sensible y reactivo a ciertas cosas, tantas que mi círculo me califica abiertamente de “muy especial”, por no decir muy mamón. Una de las cosas que no soporto, es que la gente a mi alrededor fume.

De muchas maneras mi vida social ha sido marcada por mis rarezas, mis amigos muchas veces han tenido que optar entre tolerarme o no. Muchos se quedaron, muchos se fueron.

Pues todo esto que te digo debe ser suficiente para que entiendas la fuerte ascendencia que esa mujer tenía ya sobre mí, desde el minuto 1 que llegó a mi vida, ¡Estaba fumando a medio metro de mí!

– ¿Cómo fue que lo encontraste? ¡Mi madre lo buscó en el edificio y sus alrededores! – Pregunté impresionado, y Analú encogió los hombros, pretendiendo ser modesta.
– Pues supongo que un poco de suerte, aunque también hice lo que la lógica de un perro dictaba…- Y yo levanté la ceja entre divertido y curioso. Ella continuó – Supuse que una vez que el pobre Benito se enteró que no regresaría a su casa, tendría que resolver su problema principal… ¡comer! Así que busqué una fuente de alimento para un perro como este, y como esta zona es muy limpia no encontré mucha basura disponible, pero sí un restaurante de carnes a una cuadra y media de aquí con muchas posibilidades de atraer el olfato de un perro… y ya está… una propina… y lo demás es historia… – Y extendió sus brazos como diciendo ¡Fácil! Y luego hizo un mohín encantador con su boca, o no sé, a esas alturas yo ya le celebraba todo.

¡Ay amigo! No hay nada mejor que esos momentos en el que todo es felicidad y excitación, cuando crees estar enfrente de la mujer de tu vida.

– Pero dime algo primero- Aunque seguía impactado por su presencia, ya era dueño otra vez de mi voz – Yo nunca te dije cómo era Benito…- Le sonreí intencionadamente, y rematé esa frase como si fuera un abogado dando un golpe magistral frente a un juez y una corte a la mitad de un juicio.
– El portero de tu edificio es muy comunicativo Luke… mucho- Y sonrió pícaramente, tanto que me intrigó que más le puede haber soltado ese boquiflojo.

Así transcurrió más de una hora. Divertidos y en franca camaradería compartiendo los pormenores de esa última aventura, el rescate de un perro negro llamado Benito. No se mencionó al hospital, ni al suceso milagroso de mi muerte clínica, mi regreso o la razón real de por qué estábamos ahí.

No sé exactamente en qué momento dejamos de hablar, pero nos quedamos estacionados finalmente en un prolongado silencio, no uno incómodo, en lo absoluto; era uno de esas comuniones extraordinarias en que no hace falta decir nada, solo compartir algo con quien pareciera conocer desde hace mucho tiempo.

Juntos observamos a través del gran boquete que se fue abriendo en el cielo nublado de la ciudad, y que nos concedió una rara oportunidad de ver las estrellas en un cielo claro e inmaculado. Durante todo ese lapso, me hice ajeno a todo, sin otra cosa que mirar en la misma dirección que Ella. Mi único pensamiento recurrente fue que allá arriba tuvo que haber habido una maravillosa conjunción de estrellas y constelaciones para provocarme un presente tan… ¿Feliz..? Sí, feliz ¿Por qué me costaba tanto admitirlo? Pero claro… ¿Y el futuro? ¿Habrá un futuro? En eso estaba cuando ella me bajó estrepitosamente de la nube en la que estaba montado.

– Luke, ya me tengo que ir- Soltó de improviso, y yo solo pensé en la manera de prolongar ese tiempo.
– Oye, antes de que te vayas ¿No te gustaría cenar algo? En el depa debo tener varias cosas para preparar, o podemos ir al Capri por una pasta, o unos tacos y…- Paré cuando observé su expresión.
– Luke, ¿Recuerdas que te dije que había terminado mi residencia en el hospital? Pues mañana domingo es precisamente mi último día, después el lunes tengo que resolver un par de asuntos y el martes temprano me voy de regreso a mi ciudad – Terminó y bajó un poco la mirada – Me regresó a mi ciudad con mi familia… y con mi novio, con quien me casaré este mismo año – Y luego me miró de esa manera, una que no soy capaz de interpretar, pero bien pudiera pensar que le había costado decir lo que dijo.

Y bueno. Tú no lo sabes amigo, pero entre mis peculiaridades está que soy el tipo menos romántico y, por lo tanto, enemigo número uno de cualquier tipo de cursilería, ya sabes, esas expresiones afectadas excesivamente por una sensiblería ramplona y chabacana, que a fuerza de ser estridentes contaminan los sentimientos y las razones. Pues bien, ya con todos esos antecedentes, tengo que decirte que sus palabras fueron para mí dos estocadas en el centro de mi alma.

La oí y me quedé mudo. ¿Qué le podía decir? Era la tercera vez que hablaba con ella. La primera vez fue quizá 1 minuto, la segunda no más de 15 y esta última, una hora y media. Además, lógicamente tampoco establecí mi intención hacia ella de alguna manera, o ella hacia mí. Entonces ¿Por qué me dolía tanto? ¿Por qué sentía un impulso tan fuerte por llorar?

– ¡Ah! Pues muchas felicidades- Dije obligado por las formas, sin ningún convencimiento, pensando al mismo tiempo si Analú habría captado de alguna manera mi estado de ánimo.
– Gracias- Dijo secamente.

Se levantó, y yo junto con ella. Quedando de frente a mí, recibiendo pleno en su rostro la luz de un farol próximo, atónito observé sus ojos pintados con un azul tan intenso que no pude evitar parpadear un par de veces.

Se agachó para rascar la panza de Benito que seguía ahí donde mismo. Se incorporó, me miró y me tendió la mano, luego dudó un poco, pero al final me dio un beso tímido en la mejilla.

– Adios Luke… adiós Benito- Me miró por última vez, se dio la media vuelta y se marchó.
Y se alejaba, yo la seguía con la mirada, mientras mi boca se había quedado pasmada. Quería decirle, quería gritarle algo, lo que sea, tan solo para detenerla un instante más. Pero no lograba sacar nada. Y se fue haciendo pequeña, acercándose a los setos de donde había emergido no hace mucho.

Y fue apenas unos metros antes de perderse en esos setos, que exclamé en voz alta – Pensé que tus ojos eran verdes…

Ella me oyó y se paró de inmediato, ahí se quedó un par de segundos como si no supiera qué hacer, se dio la vuelta y camino hacia mí por ese trecho, por segunda vez en esa noche, repitiendo el mismo efecto de luces que tanto me había impactado la primera vez.

Y llegó hasta mí, su cara muy cerca de la mía, mirándome directo a los ojos, casi inexpresiva, con esos dos luceros azules que yo juraba eran verdes.

– Mis ojos siempre son verdes, salvo cuando estoy muy triste… cuando estoy muy triste son azules… – Se dio la vuelta y ya no dijo más.

En esta ocasión, ya no pude decir nada.

(Continuará…)      Cuando el Verde es Azul, Parte 7

La Exclusiva

La Exclusiva

 

Alfred está en aprietos.

Él se encuentra en una circunstancia sobre la que desconoce qué curso debe tomar. Alfred, por primera vez, está consciente que tiene un problema de orden moral.

Se encuentra, después de una mañana realmente de locura, en la oficina de Oriel Ortigosa, quien sorpresivamente le acaba de proponer algo que le significaría una gran oportunidad, un trampolín casi instantáneo hacia la fama, el dinero y todo lo que siempre ha perseguido.

Alfred le responderá a Ortigosa en exactamente doce segundos. Doce segundos es un lapso que parece ser muy breve, sin embargo, es suficiente para darle un vistazo a las últimas 12 horas… las que empezaron precisamente con una llamada de este mismo personaje, Oriel “El Toro” Ortigosa…

-0-

– ¿Rueda? … – Alfred distingue por la bocina del teléfono la voz inconfundible, rasposa y sonora, del Director de Noticias de Cadena TV Metrópoli. De soslayo, alcanza a observar que en su celular marcan las cinco de la mañana con diez minutos. Aun así, se para en automático de la cama.
– ¡Sí señor, dígame…! – Jamás el legendario y temible Toro Ortigosa le había hablado por teléfono a su casa… de hecho no lo había hecho de ninguna otra manera, lo más cercano que estuvo de sostener una conversación con él, fue en un elevador, cuando una tarde de invierno, hace un par de años, le ordenó con un rugido que presionara el botón del piso 15.

– Rueda ¿Se imagina por qué le hablo? ¿Verdad?… – lo preguntó con cierto énfasis, como si estuviera seguro que Alfred lo sabía y que, además, ya esperaba la llamada. La verdad es que este estaba tan perplejo que todavía se cuestionaba si seguía durmiendo.
– Sí… ¡No!… No, señor, no tengo idea… – pudo decir torpemente, con el temor de haber dado una respuesta equivocada y que eso pudiera tener alguna consecuencia.
– Señor Rueda, usted preparó una nota sobre el posible rompimiento de Myrne de Lorean y Calín Guarneros… ¿Es así?… – Alfred lo escuchaba resoplar y sentía que se le acababa la paciencia.
– Sí señor… el día de ayer…
– ¡Precisamente Rueda! Muy bien. Pues ahora quiero que usted vaya con un camarógrafo y reporteé esta noticia ¡in situ!… y quiero que además me tenga hoy una transmisión en directo ¿Comprende? – Alfred oía perplejo.
– Pero señor, ¿Qué sucede con Margot Cienfuegos? ¿No le corresponde a ella como titular de espectáculos? – Inquirió con una duda bien fundada, aunque disimulando muy mal el temblor emocionado de su voz.
– Rueda, no tengo tiempo para darle explicaciones. Limítese a saber que Margot fue hospitalizada por su vesícula o algo así, y que una mezcla de circunstancias adicionales me tiene hablándole a usted a esta hora. Ahora, necesito que se vaya de inmediato a la oficina para que se salga a cazar la nota. Ese asunto se ha complicado. Por si no lo sabe, desde anoche han empezado a circular unas fotografías íntimas que causarán gran revuelo, y todo indica que fue el propio Calín quien las subió a la red… No necesito explicarle que se trata de una noticia que va a dar mucho de que hablar, y queremos las declaraciones en exclusiva de Myrne para la cadena… ¿Le quedó claro Rueda?… ¡Eh! – Y colgó sin dar tiempo a contestar.

Veinte minutos después ya iba Alfred Rueda a toda prisa hacia TV Metrópoli.

-0-

Alfred revisa cuidadosamente las notas biográficas de Myrne. Su compañero camarógrafo está sentado a un lado, limpiando cuidadosamente el lente de su cámara.

Los nervios no son pocos, de frente tiene su primera gran oportunidad.

Un pequeño monitor le deja observar el inicio de la transmisión del noticiero… Una voz masculina y profunda en off, dice: «¡Esto eeeeeeesssssssss!… ¡Su noticieeeeroooo Sucesos aaaal Puntoooooo! Desde Cadena Metrópoli, transmitiendo en alta definición para todo el país y para el resto del mundo vía internet… el noticiero preferido de la tarde. ¡El noticiero de las grandes noticias! Y esta tarde no es la excepción, tenemos una exclusiva que va a ser irremediablemente el tema de conversación por el resto del año… ahí donde nos ve y escucha, en casita, en la oficina, en el club, ¡en todos lados!… En unos minutos más estaremos enlazados con nuestro compañero Alfred Rueda que está apostado desde muy temprano a la entrada de la casa de Myrne de Lorean. Y todos ustedes se preguntarán, ¿Y por qué razón está Alfred Rueda afuera de la casa de la fabulosa actriz Myrne de Lorean? ¿Qué gran exclusiva me tiene Sucesos al Punto? Pues nada, que este programa se ha enterado del rompimiento definitivo, ni más ni menos, de esta bella actriz con su hasta ayer pareja sentimental, el galán y actor Calín Guarneros, la estrella más deseado de la Televisión y el cine nacional… Y, por si fuera poco… si ya bastante impactante resulta esta ruptura, espere a enterarse de la truculenta historia que hay detrás. Así, antes que el ansia los carcoma, les vamos a adelantar, antes que Ángel Rueda nos precise la información, que fue el mismo galán quien habría dejado a Myrne por otra mujer cuya identidad ya está siendo rastreada por nuestros reporteros. Pero esto no para ahí, amigas y amigos, ¡Esto no para ahí! La parte más candente tiene que ver con una serie de fotos que, al parecer… y escuchen bien esto… algunas fuentes han sugerido, que el mismo actor después de una agria discusión con su ahora expareja, habría subido a la red fotografías en las que Myrne aparece mostrando todos sus encantos y, asegura nuestra fuente, en situaciones en exceso gráficas y comprometedoras…«.

Mientras Alfred escuchaba la entrada del noticiero, no podía evitar emocionarse por lo que él creía era la consecución de su sueño, el mismo que se propuso cumplir años atrás, cuando le fue dando forma, a veces de manera azarosa, a veces de manera más que consciente, y siempre en el marco del caos en que discurren todas las vidas. Finalmente se encontraría con lo que siempre consideró debería ser su destino. Desde luego la palabra clave en ese destino sería la de “éxito”, además del resto de palabras complementarias: riqueza, amor, belleza y placer. Todo le resultaba ahora maravillosamente claro.

-0-

El padre de Alfred siempre le criticó su intención de entrar a la escuela de periodismo. De alguna manera él sabía que Alfred, ese hijo que llegó cuando tenía los 60 años, estaba encandilado por el glamur que le sugería esa profesión, pero que ignoraba por completo que muy pocos lograban hacerse de un nombre, que era demasiado picar piedra para tan poca recompensa.

– ¡Te vas a morir de hambre! – Decía su padre con esa expresión disparatada de anciano cascarrabias con la que lo recordaba. Su padre creía que su hijo carecía de la suficiente nobleza y el donaire, de la generosidad, para dedicarse a esa profesión. A pesar de todo, su padre lo apoyó hasta el último momento. Pagó sus estudios como le correspondía, y hasta lo felicitó cuando le mostró el título. Alfred, al último, se quedaría con la idea, que nunca pudo darle a su padre alguna satisfacción, y algo de verdad hubo en ello, pues este terminó falleciendo una semana después de la graduación.

Es cierto, cuando era más joven, Alfred aspiraba a ser un periodista reconocido, ya sea un especialista en política o en economía, o bien, experto en la geopolítica del medio oriente o en las relaciones comerciales con China. Cualquier cosa que sonara así de prestigiosa. Sin embargo, el destino que lo bendecía ahora, lo estaba llevando por otro rumbo: al mundo del espectáculo. Él, visto desde el presente hacia atrás, no se quejaba, había que llegar de alguna manera, para luego quedarse ahí.

-0-

Alfred había hecho un espléndido trabajo. Ese día, desde muy temprano, había acudido directamente con el entorno de la actriz, con quienes logró negociar la exclusiva por encima de otras cadenas a cambio de un trato justo, proteger su imagen y una oportunidad amplia de réplica. De esa manera mantuvo un contacto permanente con el representante y el resto del staff.

Desde luego, en un principio se resistían denodadamente a exponer a la estrella a un mayor riesgo de escarnio público, puesto que a esa hora las procaces fotografías ya circulaban virulentamente. Para ello, Alfred había dado la cara y comprometido con ellos. Hábilmente, los había convencido que lo más recomendable era hacerles frente a las circunstancias. Para eso, bastaría con una breve declaración, la mención de una inminente ofensiva legal y la respuesta puntual a tres preguntas previamente acordadas. De esa manera, les aseguró, con la verdad de su parte, y con la simpatía del público que la idolatraba, Myrne saldría bien librada.

Todo estaba saliendo excelente. El protagonismo que ahora gozaba en ese cuadro cómico-dramático almodóvariano, se le había presentado providencialmente gracias a la urgencia médica de la reportera estrella de la fuente, Margot Cienfuegos. Quien seguramente observaría todo con la boca abierta, desde el cuarto de hospital donde convalecía, mientras la exclusiva del año sería narrada por uno de los tipos a los que, muy recurrentemente, les ordenaba comprarle en Starbucks su café latte grande, deslactosado con miel.

La historia no podía tener mejores ingredientes: la estrella fulgurante de la televisión, la primerísima actriz, famosa por su figura perfecta y rostro divino, además de su permanente reticencia a hacer declaraciones a la prensa del corazón. Ahora, la soberbia mujer, se doblaba humillada ante los micrófonos que tanto desdeñó.

-0-

Empero, sin importar que esa exclusiva se había logrado gracias a la insistencia y al compromiso de Alfred Rueda y, por lo mismo, a la confianza que provocó en el equipo de Myrne. Una orden imperiosa bajó desde la misma oficina del Toro Ortigosa hasta la redacción. Con un grito dispuso: – ¡Díganle a Rueda que vaya directo a la yugular de la actriz! – Pedía que hiciera preguntas muy distintas a las ya pactadas, desde luego muy ajena a la muy cuidada entrevista que se les había prometido. Entre otras cosas ordenó que fuera cuestionada sobre la paternidad de su pequeño hijo. Un tema que ella había evitado siempre para proteger al menor. Un tema sobre el que se debatía, desde hace años, en los todos los medios dedicados a la frivolidad.

Alfred pensaba que lo que la cadena quería realmente era un festín de morbo. Mientras estaba ahí, sumergido en sus reflexiones, recibió el aviso por sus audífonos…

– ¡Rueda! – Estamos listos.

De manera que se enfiló hacia la elegante residencia.

Afuera estaba el representante de la actriz. Este lo recibió con una cara larga. Alfred sintió que se le caía el mundo, ¿Acaso se habrá retractado? Ya podía ver la cara del Toro gritándole su fracaso.

– Myrne quiere platicar contigo antes Alfred…
– ¡Pero ya estamos listo para la transmisión…! ¡Ya lo anunciamos, no me cambien los planes!
– Por favor, solo será un momento…- Alfred terminó por comprender que tenía que ser paciente.

Además, algo en su interior le estaba incomodando realmente. En ese instante cayó en cuenta que la orden recibida no significaba otra cosa que crucificar a la actriz en vivo y en su propia casa. Lo que en el argot del medio se le llamaba como «engordar la noticia».

Le pidió a su camarógrafo que avisara a la cadena que Myrne había solicitado antes una breve conversación con él. De manera que, siguiendo al representante, se dirigió hacia el interior de la residencia. Franqueó el enorme portón que daba acceso a la magnífica residencia y fue conducido a la entrada del espectacular jardín de la casa de Myrne de Lorean, a partir de donde continuó solo el recorrido. No importaba que esa fuera la cuarta vez que había pasado por ahí, siempre terminaba extraviándose en esa amazonia.

Era bien sabido que las plantas y su jardín era la gran pasión de Myrne, y este era un verdadero pandemónium de árboles y plantas con flores exóticas venidas de todas partes del mundo, organizadas de tal manera que a la vista resultaba un espectáculo embriagante digno de la artista y su fama, no en balde había gastado una fortuna con un reconocido diseñador de exteriores japonés para lograr que luciera de esa forma.

El ánimo en Alfredo era contradictorio, parecía que ya se había curado del reciente y pequeño ataque de escrúpulos, y ya iba más que dispuesto para reclamar airado la falta de formalidad de Myrne y su equipo.

Siguió caminando por un angosto camino techado en su totalidad por helechos gigantes, que lo fueron guiando irreductiblemente a un espacio desde el que se apreciaba una caída de agua con piedras calizas, un estanque con peces de multicolores y en un banco de granito blanco, y ahí, sentada, Myrne de Lorean en persona.

Protegida de la vista de los demás, Myrne de Lorean se veía como un ovillo tembloroso.

Lloraba tímidamente. Alfred fue recibido por unos célebres ojos verdeazulados sumamente hinchados, su desazón era más que patente. Y no era para menos, pensó él, esas fotografías, instantáneas con su intimidad, con las muestras más secretas de pasados anhelos ya habían viajado raudamente y dado varias vueltas por la red solazando ansias ajenas, y mostrándola como un ser humano patético y deshebrado. Los restos de su amor propio estaban rotos, vulnerados, rebajados.

– ¿Myrne?- Preguntó como si dudara sobre la identidad de la mujer. Ella asintió dócil, mientras que lánguidamente me convidaba con un gesto apenas perceptible un lugar para sentarme. Ya para ese momento se le habían bajado los humos a Alfred, acerca del severo reclamo que pensaba hacerle.
– Lo siento mucho, sé que no es fácil…pero desde la estación de Metrópoli me piden que ya empecemos… con lo acordado…- Le dijo a Myrne, mientras le extendía un pañuelo.

Ella agradeció el gesto. Se quedó quieta y en silencio unos minutos. Minutos que Alfred respetó un tanto nervioso, mientras se imaginaba el maremágnum que a esa hora sería la redacción del noticiero ante esa tardanza. Habían pasado ya 15 minutos de la hora en que la entrevista debería estar pasando al aire.

Sin dar tiempo a nada, Myrne empezó a lentamente a musitar ciertas palabras ininteligibles, y luego, poco a poco se fue controlando, con una voz más templada. Sin mayor preámbulo se empezó a confesar. Alfred no daba crédito a sus oídos, prácticamente cada cosa que salía de su boca era una primicia. Afortunadamente, el ya traía encendida su vieja grabadora de cassette.

Ansioso, le hizo saber que, en todo caso, deberían traer los micrófonos, e incluso que podían hacerlo directamente por el celular. Ella insistió en que primero la oyera. Alfred dócil, accedió.

Tiempo seguido, con un exceso de detalle, fue desvelando su historia de amor con el actor Calín Guarneros. Que resultó ser, tal y como cualquiera lo hubiera conjeturado, una historia trivial y chabacana, llena de las mismas cursilerías con las que se regodeaban los televidentes en sus famosas telenovelas. Un romance que fue en un principio creado artificiosamente por un jeque televisivo con fines meramente mercadotécnicos, con el fin de apoyar el lanzamiento continental de la primera telenovela donde aparecían Calín y Myrne. Tres semanas continuas de esa farsa fueron suficiente roce, para que por una grieta se colara el amor. Claro, el amor lo aportó ella, y él lo tomó como un manjar que se le ofrecía pletórico en una charola de oro.

En medio del desahogo de Myrne, con su belleza y vulnerabilidad presentes, esa confidencia arrancada de lo más hondo de su ser a un reporterillo desconocido de 24 años, al que le fue muy difícil permanecer ajeno e insensible. Su relato a pesar de ser lastimosamente cursi, le empezó a resultar lleno de una humanidad irresistible, de una urgencia por la empatía, con un impulso repentino de darle un largo abrazo desinteresado y soltarle unas frases llenas de comprensión y solidaridad. Una diosa bajaba al mundo terrenal para hacerse inmortal, sufrir de amores como cualquier cristiano e hijo de vecino. Era imposible no simpatizar con ella.

La narración continuó. La parte más rugosa faltaba. Todos los lugares comunes de las tragicomedias del medio del espectáculo estaban ahí: celos artísticos, infidelidad, drogas, abuso físico y moral, etc. Y como remate, cuando por fin la dejó por otra estrella más joven, y ella le reclamó airadamente con un par de bofetadas, él, cobarde y ardido por esos golpes, la terminó por destruir con la exposición pública de una serie de videos y fotografías íntimas, todo gracias a un momento de debilidad y de descuido.

Entonces, con gran osadía de Alfred, este le extendió la mano y la puse sobre la de ella, para apretarla delicadamente. Eso duró un par de segundos.

Cuando ella hubo terminado su dolorido soliloquio, quince minutos después, Alfred habló. Sorprendiéndose él mismo, con las palabras que saltaban de su boca, por las que no solo abortaba la entrevista, sino otras muchas cosas…

– Myrne… – Alfred dijo resuelto – En este momento saldré y diré al aire que Usted se ha sentido indispuesta. Le recomiendo no declarar nada hasta que consulte a su publicista y que junto con su staff planeen una estrategia para hacer un control de daños a su imagen. Todo esto le aseguro que pasará muy pronto, créamelo. Recuerde que un gran escándalo dura hasta que llega el siguiente, y el siguiente será en un par de días a lo sumo- Alfred mentía, ese era el escándalo de escándalos, uno que daría materia prima a cada maldito medio que estuviera dispuesto a someter quien sea al escarnio público.

– Usted sin duda estará muy bien y muy pronto encontrará a un buen hombre que la quiera y la valore- Alfred se incorporó, sacó el pequeño cassette con la grabación de todo lo dicho, lo tiró al piso a la vista de Myrne y le dio un gran pisotón, dejando desecha la cinta. Se despidió sin mayor ceremonia y caminó hacia la salida, donde estaba el resto del equipo que lo acompañaba.

Mientras salía sintió la mirada agradecida de Myrne sobre su espalda.

Ya no quiso saber nada más del asunto, decidió meterse a un cine, como una avestruz enterrando su cabeza.

-0-

La antesala con Ortigosa lo estaba sofocando. Y para ello había varias razones. La más llamativa era su vasta colección de fotografías de guerra. Él era un reconocido reportero que había estado asignado en varias latitudes en el frente de distintos conflictos, revoluciones, asonadas, etc. Las fotografías eran excesivamente crudas, pero él las exponía con simulado orgullo.

La otra razón del sofoco tenía que ver con el hecho público y notorio de que Ortigosa, desde siempre, había tomado para sí la ominosa función de despedir al personal. Se decía que eso le provocaba gran placer.

Alfred llegó hasta ahí con una enorme incertidumbre sobre lo que habría de pasar. Las posibilidades apuntaban apabullantemente a un despido fulminante. Estuvo ahí sentado esperándolo por instrucciones suyas, más de una hora, lo que maximizó más aún la tensión.

– ¡Rueda! – Tronó desde el quicio de la puerta de su oficina. Este se levantó inmediatamente y le tendió la mano. Cosa que lamentó enseguida, pues traía las manos sudadas del ataque de nervios que estaba empezando a sentir. Él lo notó y lo desaprobó con un gesto apenas perceptible, aunque no dijo nada, mientras se pasaba una toalla de papel por sus manos. Torpemente quiso disculparme…
– Señor…- Dijo tímidamente.
– ¡Silencio Rueda! – atajó con voz de trueno. Y continuó…
– Somos la primera cadena de noticias del país… le consta de primera mano que trabajamos como locos para lograrlo. No podemos ni debemos darnos el lujo de perder nuestras exclusivas, sobre todo una que tiene materia para ser la noticia del año. Usted recibió una oportunidad única con el noticiero, y no pasó la prueba, no supo sacar ventaja de la ausencia de Margot. Usted es un looser, un mediocre, un idiota, un escupitajo seco en el piso… – Alfred, ante tan pobre auspicio, estaba preparado para lo peor.
– La exclusiva con Myrne hubiera sido un logro en su carrera de mierda… y usted lo echó a perder irremediablemente… ¡Pero de verdad…! No entiendo qué estupidez pudo haber hecho para que ella finalmente no declarara – Decía todo con sus ojos desorbitados y su quijada crispada, tanto, que pareciera estar a punto de quebrarse en añicos, mientras Alfred mudo, pensaba que no podría existir jamás una situación suficientemente grave que mereciera una cara así.
– Jefe Ortigosa, lo he explicado ya… nada pude hacer, la actriz simplemente cambió de opinión…- Alfred seguía ampliando su gran mentira.
– Alfred… – Por primera vez lo llamaba por su nombre. Eso lo hizo ponerse en guardia.
– He estado pensando seriamente que voy a hacer con Usted. Se ha equivocado terriblemente. Ha cometido el estúpido error de involucrarse emocionalmente con la noticia…
– ¡No me interrumpa! – Ordenó violento cuando le observó un intento por abrir la boca.
– Ahora… Usted ha dado muestras en el pasado de inconformidad por no estar asignado a alguna fuente más del agrado de sus aspiraciones. No ha entendido que todas las fuentes son nobles y que en todas puede desarrollarse y destacar- Y asumía un discurso sentencioso.
– Había dispuesto… considerando todos los antecedentes, que su renuncia sería lo mejor para todos- Dijo mientras me miraba directamente.
– Sin embargo… – Continuó diciendo. Produciéndole esas palabras un gran alivio momentáneo.
– Tengo que decirle que los últimos acontecimientos, me han hecho reconsiderar esa decisión. Y por lo tanto, he resuelto darle una segunda oportunidad…
– Señor…- Interrumpí un poco aliviado – ¿Últimos acontecimientos?
– ¡Ah!… ¿Pero cómo? ¿No está Usted enterado? – Me preguntaba con sorpresa, mientras yo hacía evidente con mi expresión el desconocimiento sobre cualquier hecho reciente.
Me miró, y casi pude ver satisfacción en su mirada. Lo que me empezó a alarmar…
– Myrne de Lorean, poco después de las tres de la tarde, se ha quitado la vida…- Escuchaba yo pétreo. Un chorro de agua helada corrió por mi ánimo y se estrelló contra mi cara. La sensación que me produjo tan terrible noticia me aturdió sobremanera.
– Poco después que Usted habló con Ella…- Continuó Ortigosa mientras Alfred iba en caída libre en la profundidad de su pensamiento. Cada vez escuchaba más lejanamente la voz del Toro.
– Ella entró a su casa. Se dirigió a su dormitorio, desde donde dispuso que nadie la molestara. Y ahí, según la información que corrió desde la central de policía, reunió diversos medicamentos que tenía a la mano, y después de preparar un coctel con ellos, se los empezó a pasar con champaña.
– Al parecer se dio tiempo para escribir una breve nota con la clásica frase de exculpación… ¡Rueda! ¿Se da cuenta?… ¡Usted fue la última persona que habló con ella! ¡Si ella era noticia viva, ahora que está muerta es una bomba! – El Toro Ortigosa estaba extático, parecía que de un momento a otro le daría un ataque y se le saltarían los ojos.
– Rueda, su oportunidad consiste, en que Usted, por derecho propio, se haga dueño del tema. Quiero que se dedique de tiempo completo a la memoria de Myrne de Lorean, le daremos espacio suficiente, creemos que podemos extender el impacto en el público por meses, hay muchísima tela de donde cortar, inclusive todavía nos queda Calín y el proceso legal que pudiera enfrentar.

– ¡Imagínese! Si hace bien las cosas, podríamos darle nuevas oportunidades y quizá hasta un programa. Recuerde que sigue vacante el espacio de las 7 de la tarde…
Alfred, en ese lapso ya se había desconectado, toda su atención estaba puesta en una fotografía detrás de Ortigosa. Era de un soldado muerto en una de las tantas guerras en las que fue reportero estrella. El soldado yacía atorado en un alambre de púas, los hombros y la cabeza colgando.

Alfred se tomó 12 segundos en responderle a Oriel “El Toro” Ortigosa.

-0-

Alfred se enteraría mucho después que, cuando renunció tanto a la oferta de Ortigosa como a su trabajo, este había tenido una crisis nerviosa. Debió suponerlo, sobre todo cuando hubo atestiguado cómo, en calidad de poseso, brinco sobre su escritorio para alcanzarlo del cuello y estrangularlo, aunque hace falta decir que, en ese intento, terminó cayendo estrepitosamente para quebrarse la quijada.

La trágica impresión que le dejó Myrne, con el paso del tiempo se fue difuminando hasta quedar en un triste recuerdo verdeazulado. Nunca se enamoró de ella, no hubiera podido. Sin embargo, en su momento y en el presente valoró la efímera comunión que sostuvieron, y que de alguna manera la mantiene unido a ella.

A veces le gusta pensar que su padre sí estaría orgulloso de él.