Alfred está en aprietos.
Él se encuentra en una circunstancia sobre la que desconoce qué curso debe tomar. Alfred, por primera vez, está consciente que tiene un problema de orden moral.
Se encuentra, después de una mañana realmente de locura, en la oficina de Oriel Ortigosa, quien sorpresivamente le acaba de proponer algo que le significaría una gran oportunidad, un trampolín casi instantáneo hacia la fama, el dinero y todo lo que siempre ha perseguido.
Alfred le responderá a Ortigosa en exactamente doce segundos. Doce segundos es un lapso que parece ser muy breve, sin embargo, es suficiente para darle un vistazo a las últimas 12 horas… las que empezaron precisamente con una llamada de este mismo personaje, Oriel “El Toro” Ortigosa…
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– ¿Rueda? … – Alfred distingue por la bocina del teléfono la voz inconfundible, rasposa y sonora, del Director de Noticias de Cadena TV Metrópoli. De soslayo, alcanza a observar que en su celular marcan las cinco de la mañana con diez minutos. Aun así, se para en automático de la cama.
– ¡Sí señor, dígame…! – Jamás el legendario y temible Toro Ortigosa le había hablado por teléfono a su casa… de hecho no lo había hecho de ninguna otra manera, lo más cercano que estuvo de sostener una conversación con él, fue en un elevador, cuando una tarde de invierno, hace un par de años, le ordenó con un rugido que presionara el botón del piso 15.
– Rueda ¿Se imagina por qué le hablo? ¿Verdad?… – lo preguntó con cierto énfasis, como si estuviera seguro que Alfred lo sabía y que, además, ya esperaba la llamada. La verdad es que este estaba tan perplejo que todavía se cuestionaba si seguía durmiendo.
– Sí… ¡No!… No, señor, no tengo idea… – pudo decir torpemente, con el temor de haber dado una respuesta equivocada y que eso pudiera tener alguna consecuencia.
– Señor Rueda, usted preparó una nota sobre el posible rompimiento de Myrne de Lorean y Calín Guarneros… ¿Es así?… – Alfred lo escuchaba resoplar y sentía que se le acababa la paciencia.
– Sí señor… el día de ayer…
– ¡Precisamente Rueda! Muy bien. Pues ahora quiero que usted vaya con un camarógrafo y reporteé esta noticia ¡in situ!… y quiero que además me tenga hoy una transmisión en directo ¿Comprende? – Alfred oía perplejo.
– Pero señor, ¿Qué sucede con Margot Cienfuegos? ¿No le corresponde a ella como titular de espectáculos? – Inquirió con una duda bien fundada, aunque disimulando muy mal el temblor emocionado de su voz.
– Rueda, no tengo tiempo para darle explicaciones. Limítese a saber que Margot fue hospitalizada por su vesícula o algo así, y que una mezcla de circunstancias adicionales me tiene hablándole a usted a esta hora. Ahora, necesito que se vaya de inmediato a la oficina para que se salga a cazar la nota. Ese asunto se ha complicado. Por si no lo sabe, desde anoche han empezado a circular unas fotografías íntimas que causarán gran revuelo, y todo indica que fue el propio Calín quien las subió a la red… No necesito explicarle que se trata de una noticia que va a dar mucho de que hablar, y queremos las declaraciones en exclusiva de Myrne para la cadena… ¿Le quedó claro Rueda?… ¡Eh! – Y colgó sin dar tiempo a contestar.
Veinte minutos después ya iba Alfred Rueda a toda prisa hacia TV Metrópoli.
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Alfred revisa cuidadosamente las notas biográficas de Myrne. Su compañero camarógrafo está sentado a un lado, limpiando cuidadosamente el lente de su cámara.
Los nervios no son pocos, de frente tiene su primera gran oportunidad.
Un pequeño monitor le deja observar el inicio de la transmisión del noticiero… Una voz masculina y profunda en off, dice: «¡Esto eeeeeeesssssssss!… ¡Su noticieeeeroooo Sucesos aaaal Puntoooooo! Desde Cadena Metrópoli, transmitiendo en alta definición para todo el país y para el resto del mundo vía internet… el noticiero preferido de la tarde. ¡El noticiero de las grandes noticias! Y esta tarde no es la excepción, tenemos una exclusiva que va a ser irremediablemente el tema de conversación por el resto del año… ahí donde nos ve y escucha, en casita, en la oficina, en el club, ¡en todos lados!… En unos minutos más estaremos enlazados con nuestro compañero Alfred Rueda que está apostado desde muy temprano a la entrada de la casa de Myrne de Lorean. Y todos ustedes se preguntarán, ¿Y por qué razón está Alfred Rueda afuera de la casa de la fabulosa actriz Myrne de Lorean? ¿Qué gran exclusiva me tiene Sucesos al Punto? Pues nada, que este programa se ha enterado del rompimiento definitivo, ni más ni menos, de esta bella actriz con su hasta ayer pareja sentimental, el galán y actor Calín Guarneros, la estrella más deseado de la Televisión y el cine nacional… Y, por si fuera poco… si ya bastante impactante resulta esta ruptura, espere a enterarse de la truculenta historia que hay detrás. Así, antes que el ansia los carcoma, les vamos a adelantar, antes que Ángel Rueda nos precise la información, que fue el mismo galán quien habría dejado a Myrne por otra mujer cuya identidad ya está siendo rastreada por nuestros reporteros. Pero esto no para ahí, amigas y amigos, ¡Esto no para ahí! La parte más candente tiene que ver con una serie de fotos que, al parecer… y escuchen bien esto… algunas fuentes han sugerido, que el mismo actor después de una agria discusión con su ahora expareja, habría subido a la red fotografías en las que Myrne aparece mostrando todos sus encantos y, asegura nuestra fuente, en situaciones en exceso gráficas y comprometedoras…«.
Mientras Alfred escuchaba la entrada del noticiero, no podía evitar emocionarse por lo que él creía era la consecución de su sueño, el mismo que se propuso cumplir años atrás, cuando le fue dando forma, a veces de manera azarosa, a veces de manera más que consciente, y siempre en el marco del caos en que discurren todas las vidas. Finalmente se encontraría con lo que siempre consideró debería ser su destino. Desde luego la palabra clave en ese destino sería la de “éxito”, además del resto de palabras complementarias: riqueza, amor, belleza y placer. Todo le resultaba ahora maravillosamente claro.
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El padre de Alfred siempre le criticó su intención de entrar a la escuela de periodismo. De alguna manera él sabía que Alfred, ese hijo que llegó cuando tenía los 60 años, estaba encandilado por el glamur que le sugería esa profesión, pero que ignoraba por completo que muy pocos lograban hacerse de un nombre, que era demasiado picar piedra para tan poca recompensa.
– ¡Te vas a morir de hambre! – Decía su padre con esa expresión disparatada de anciano cascarrabias con la que lo recordaba. Su padre creía que su hijo carecía de la suficiente nobleza y el donaire, de la generosidad, para dedicarse a esa profesión. A pesar de todo, su padre lo apoyó hasta el último momento. Pagó sus estudios como le correspondía, y hasta lo felicitó cuando le mostró el título. Alfred, al último, se quedaría con la idea, que nunca pudo darle a su padre alguna satisfacción, y algo de verdad hubo en ello, pues este terminó falleciendo una semana después de la graduación.
Es cierto, cuando era más joven, Alfred aspiraba a ser un periodista reconocido, ya sea un especialista en política o en economía, o bien, experto en la geopolítica del medio oriente o en las relaciones comerciales con China. Cualquier cosa que sonara así de prestigiosa. Sin embargo, el destino que lo bendecía ahora, lo estaba llevando por otro rumbo: al mundo del espectáculo. Él, visto desde el presente hacia atrás, no se quejaba, había que llegar de alguna manera, para luego quedarse ahí.
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Alfred había hecho un espléndido trabajo. Ese día, desde muy temprano, había acudido directamente con el entorno de la actriz, con quienes logró negociar la exclusiva por encima de otras cadenas a cambio de un trato justo, proteger su imagen y una oportunidad amplia de réplica. De esa manera mantuvo un contacto permanente con el representante y el resto del staff.
Desde luego, en un principio se resistían denodadamente a exponer a la estrella a un mayor riesgo de escarnio público, puesto que a esa hora las procaces fotografías ya circulaban virulentamente. Para ello, Alfred había dado la cara y comprometido con ellos. Hábilmente, los había convencido que lo más recomendable era hacerles frente a las circunstancias. Para eso, bastaría con una breve declaración, la mención de una inminente ofensiva legal y la respuesta puntual a tres preguntas previamente acordadas. De esa manera, les aseguró, con la verdad de su parte, y con la simpatía del público que la idolatraba, Myrne saldría bien librada.
Todo estaba saliendo excelente. El protagonismo que ahora gozaba en ese cuadro cómico-dramático almodóvariano, se le había presentado providencialmente gracias a la urgencia médica de la reportera estrella de la fuente, Margot Cienfuegos. Quien seguramente observaría todo con la boca abierta, desde el cuarto de hospital donde convalecía, mientras la exclusiva del año sería narrada por uno de los tipos a los que, muy recurrentemente, les ordenaba comprarle en Starbucks su café latte grande, deslactosado con miel.
La historia no podía tener mejores ingredientes: la estrella fulgurante de la televisión, la primerísima actriz, famosa por su figura perfecta y rostro divino, además de su permanente reticencia a hacer declaraciones a la prensa del corazón. Ahora, la soberbia mujer, se doblaba humillada ante los micrófonos que tanto desdeñó.
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Empero, sin importar que esa exclusiva se había logrado gracias a la insistencia y al compromiso de Alfred Rueda y, por lo mismo, a la confianza que provocó en el equipo de Myrne. Una orden imperiosa bajó desde la misma oficina del Toro Ortigosa hasta la redacción. Con un grito dispuso: – ¡Díganle a Rueda que vaya directo a la yugular de la actriz! – Pedía que hiciera preguntas muy distintas a las ya pactadas, desde luego muy ajena a la muy cuidada entrevista que se les había prometido. Entre otras cosas ordenó que fuera cuestionada sobre la paternidad de su pequeño hijo. Un tema que ella había evitado siempre para proteger al menor. Un tema sobre el que se debatía, desde hace años, en los todos los medios dedicados a la frivolidad.
Alfred pensaba que lo que la cadena quería realmente era un festín de morbo. Mientras estaba ahí, sumergido en sus reflexiones, recibió el aviso por sus audífonos…
– ¡Rueda! – Estamos listos.
De manera que se enfiló hacia la elegante residencia.
Afuera estaba el representante de la actriz. Este lo recibió con una cara larga. Alfred sintió que se le caía el mundo, ¿Acaso se habrá retractado? Ya podía ver la cara del Toro gritándole su fracaso.
– Myrne quiere platicar contigo antes Alfred…
– ¡Pero ya estamos listo para la transmisión…! ¡Ya lo anunciamos, no me cambien los planes!
– Por favor, solo será un momento…- Alfred terminó por comprender que tenía que ser paciente.
Además, algo en su interior le estaba incomodando realmente. En ese instante cayó en cuenta que la orden recibida no significaba otra cosa que crucificar a la actriz en vivo y en su propia casa. Lo que en el argot del medio se le llamaba como «engordar la noticia».
Le pidió a su camarógrafo que avisara a la cadena que Myrne había solicitado antes una breve conversación con él. De manera que, siguiendo al representante, se dirigió hacia el interior de la residencia. Franqueó el enorme portón que daba acceso a la magnífica residencia y fue conducido a la entrada del espectacular jardín de la casa de Myrne de Lorean, a partir de donde continuó solo el recorrido. No importaba que esa fuera la cuarta vez que había pasado por ahí, siempre terminaba extraviándose en esa amazonia.
Era bien sabido que las plantas y su jardín era la gran pasión de Myrne, y este era un verdadero pandemónium de árboles y plantas con flores exóticas venidas de todas partes del mundo, organizadas de tal manera que a la vista resultaba un espectáculo embriagante digno de la artista y su fama, no en balde había gastado una fortuna con un reconocido diseñador de exteriores japonés para lograr que luciera de esa forma.
El ánimo en Alfredo era contradictorio, parecía que ya se había curado del reciente y pequeño ataque de escrúpulos, y ya iba más que dispuesto para reclamar airado la falta de formalidad de Myrne y su equipo.
Siguió caminando por un angosto camino techado en su totalidad por helechos gigantes, que lo fueron guiando irreductiblemente a un espacio desde el que se apreciaba una caída de agua con piedras calizas, un estanque con peces de multicolores y en un banco de granito blanco, y ahí, sentada, Myrne de Lorean en persona.
Protegida de la vista de los demás, Myrne de Lorean se veía como un ovillo tembloroso.
Lloraba tímidamente. Alfred fue recibido por unos célebres ojos verdeazulados sumamente hinchados, su desazón era más que patente. Y no era para menos, pensó él, esas fotografías, instantáneas con su intimidad, con las muestras más secretas de pasados anhelos ya habían viajado raudamente y dado varias vueltas por la red solazando ansias ajenas, y mostrándola como un ser humano patético y deshebrado. Los restos de su amor propio estaban rotos, vulnerados, rebajados.
– ¿Myrne?- Preguntó como si dudara sobre la identidad de la mujer. Ella asintió dócil, mientras que lánguidamente me convidaba con un gesto apenas perceptible un lugar para sentarme. Ya para ese momento se le habían bajado los humos a Alfred, acerca del severo reclamo que pensaba hacerle.
– Lo siento mucho, sé que no es fácil…pero desde la estación de Metrópoli me piden que ya empecemos… con lo acordado…- Le dijo a Myrne, mientras le extendía un pañuelo.
Ella agradeció el gesto. Se quedó quieta y en silencio unos minutos. Minutos que Alfred respetó un tanto nervioso, mientras se imaginaba el maremágnum que a esa hora sería la redacción del noticiero ante esa tardanza. Habían pasado ya 15 minutos de la hora en que la entrevista debería estar pasando al aire.
Sin dar tiempo a nada, Myrne empezó a lentamente a musitar ciertas palabras ininteligibles, y luego, poco a poco se fue controlando, con una voz más templada. Sin mayor preámbulo se empezó a confesar. Alfred no daba crédito a sus oídos, prácticamente cada cosa que salía de su boca era una primicia. Afortunadamente, el ya traía encendida su vieja grabadora de cassette.
Ansioso, le hizo saber que, en todo caso, deberían traer los micrófonos, e incluso que podían hacerlo directamente por el celular. Ella insistió en que primero la oyera. Alfred dócil, accedió.
Tiempo seguido, con un exceso de detalle, fue desvelando su historia de amor con el actor Calín Guarneros. Que resultó ser, tal y como cualquiera lo hubiera conjeturado, una historia trivial y chabacana, llena de las mismas cursilerías con las que se regodeaban los televidentes en sus famosas telenovelas. Un romance que fue en un principio creado artificiosamente por un jeque televisivo con fines meramente mercadotécnicos, con el fin de apoyar el lanzamiento continental de la primera telenovela donde aparecían Calín y Myrne. Tres semanas continuas de esa farsa fueron suficiente roce, para que por una grieta se colara el amor. Claro, el amor lo aportó ella, y él lo tomó como un manjar que se le ofrecía pletórico en una charola de oro.
En medio del desahogo de Myrne, con su belleza y vulnerabilidad presentes, esa confidencia arrancada de lo más hondo de su ser a un reporterillo desconocido de 24 años, al que le fue muy difícil permanecer ajeno e insensible. Su relato a pesar de ser lastimosamente cursi, le empezó a resultar lleno de una humanidad irresistible, de una urgencia por la empatía, con un impulso repentino de darle un largo abrazo desinteresado y soltarle unas frases llenas de comprensión y solidaridad. Una diosa bajaba al mundo terrenal para hacerse inmortal, sufrir de amores como cualquier cristiano e hijo de vecino. Era imposible no simpatizar con ella.
La narración continuó. La parte más rugosa faltaba. Todos los lugares comunes de las tragicomedias del medio del espectáculo estaban ahí: celos artísticos, infidelidad, drogas, abuso físico y moral, etc. Y como remate, cuando por fin la dejó por otra estrella más joven, y ella le reclamó airadamente con un par de bofetadas, él, cobarde y ardido por esos golpes, la terminó por destruir con la exposición pública de una serie de videos y fotografías íntimas, todo gracias a un momento de debilidad y de descuido.
Entonces, con gran osadía de Alfred, este le extendió la mano y la puse sobre la de ella, para apretarla delicadamente. Eso duró un par de segundos.
Cuando ella hubo terminado su dolorido soliloquio, quince minutos después, Alfred habló. Sorprendiéndose él mismo, con las palabras que saltaban de su boca, por las que no solo abortaba la entrevista, sino otras muchas cosas…
– Myrne… – Alfred dijo resuelto – En este momento saldré y diré al aire que Usted se ha sentido indispuesta. Le recomiendo no declarar nada hasta que consulte a su publicista y que junto con su staff planeen una estrategia para hacer un control de daños a su imagen. Todo esto le aseguro que pasará muy pronto, créamelo. Recuerde que un gran escándalo dura hasta que llega el siguiente, y el siguiente será en un par de días a lo sumo- Alfred mentía, ese era el escándalo de escándalos, uno que daría materia prima a cada maldito medio que estuviera dispuesto a someter quien sea al escarnio público.
– Usted sin duda estará muy bien y muy pronto encontrará a un buen hombre que la quiera y la valore- Alfred se incorporó, sacó el pequeño cassette con la grabación de todo lo dicho, lo tiró al piso a la vista de Myrne y le dio un gran pisotón, dejando desecha la cinta. Se despidió sin mayor ceremonia y caminó hacia la salida, donde estaba el resto del equipo que lo acompañaba.
Mientras salía sintió la mirada agradecida de Myrne sobre su espalda.
Ya no quiso saber nada más del asunto, decidió meterse a un cine, como una avestruz enterrando su cabeza.
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La antesala con Ortigosa lo estaba sofocando. Y para ello había varias razones. La más llamativa era su vasta colección de fotografías de guerra. Él era un reconocido reportero que había estado asignado en varias latitudes en el frente de distintos conflictos, revoluciones, asonadas, etc. Las fotografías eran excesivamente crudas, pero él las exponía con simulado orgullo.
La otra razón del sofoco tenía que ver con el hecho público y notorio de que Ortigosa, desde siempre, había tomado para sí la ominosa función de despedir al personal. Se decía que eso le provocaba gran placer.
Alfred llegó hasta ahí con una enorme incertidumbre sobre lo que habría de pasar. Las posibilidades apuntaban apabullantemente a un despido fulminante. Estuvo ahí sentado esperándolo por instrucciones suyas, más de una hora, lo que maximizó más aún la tensión.
– ¡Rueda! – Tronó desde el quicio de la puerta de su oficina. Este se levantó inmediatamente y le tendió la mano. Cosa que lamentó enseguida, pues traía las manos sudadas del ataque de nervios que estaba empezando a sentir. Él lo notó y lo desaprobó con un gesto apenas perceptible, aunque no dijo nada, mientras se pasaba una toalla de papel por sus manos. Torpemente quiso disculparme…
– Señor…- Dijo tímidamente.
– ¡Silencio Rueda! – atajó con voz de trueno. Y continuó…
– Somos la primera cadena de noticias del país… le consta de primera mano que trabajamos como locos para lograrlo. No podemos ni debemos darnos el lujo de perder nuestras exclusivas, sobre todo una que tiene materia para ser la noticia del año. Usted recibió una oportunidad única con el noticiero, y no pasó la prueba, no supo sacar ventaja de la ausencia de Margot. Usted es un looser, un mediocre, un idiota, un escupitajo seco en el piso… – Alfred, ante tan pobre auspicio, estaba preparado para lo peor.
– La exclusiva con Myrne hubiera sido un logro en su carrera de mierda… y usted lo echó a perder irremediablemente… ¡Pero de verdad…! No entiendo qué estupidez pudo haber hecho para que ella finalmente no declarara – Decía todo con sus ojos desorbitados y su quijada crispada, tanto, que pareciera estar a punto de quebrarse en añicos, mientras Alfred mudo, pensaba que no podría existir jamás una situación suficientemente grave que mereciera una cara así.
– Jefe Ortigosa, lo he explicado ya… nada pude hacer, la actriz simplemente cambió de opinión…- Alfred seguía ampliando su gran mentira.
– Alfred… – Por primera vez lo llamaba por su nombre. Eso lo hizo ponerse en guardia.
– He estado pensando seriamente que voy a hacer con Usted. Se ha equivocado terriblemente. Ha cometido el estúpido error de involucrarse emocionalmente con la noticia…
– ¡No me interrumpa! – Ordenó violento cuando le observó un intento por abrir la boca.
– Ahora… Usted ha dado muestras en el pasado de inconformidad por no estar asignado a alguna fuente más del agrado de sus aspiraciones. No ha entendido que todas las fuentes son nobles y que en todas puede desarrollarse y destacar- Y asumía un discurso sentencioso.
– Había dispuesto… considerando todos los antecedentes, que su renuncia sería lo mejor para todos- Dijo mientras me miraba directamente.
– Sin embargo… – Continuó diciendo. Produciéndole esas palabras un gran alivio momentáneo.
– Tengo que decirle que los últimos acontecimientos, me han hecho reconsiderar esa decisión. Y por lo tanto, he resuelto darle una segunda oportunidad…
– Señor…- Interrumpí un poco aliviado – ¿Últimos acontecimientos?
– ¡Ah!… ¿Pero cómo? ¿No está Usted enterado? – Me preguntaba con sorpresa, mientras yo hacía evidente con mi expresión el desconocimiento sobre cualquier hecho reciente.
Me miró, y casi pude ver satisfacción en su mirada. Lo que me empezó a alarmar…
– Myrne de Lorean, poco después de las tres de la tarde, se ha quitado la vida…- Escuchaba yo pétreo. Un chorro de agua helada corrió por mi ánimo y se estrelló contra mi cara. La sensación que me produjo tan terrible noticia me aturdió sobremanera.
– Poco después que Usted habló con Ella…- Continuó Ortigosa mientras Alfred iba en caída libre en la profundidad de su pensamiento. Cada vez escuchaba más lejanamente la voz del Toro.
– Ella entró a su casa. Se dirigió a su dormitorio, desde donde dispuso que nadie la molestara. Y ahí, según la información que corrió desde la central de policía, reunió diversos medicamentos que tenía a la mano, y después de preparar un coctel con ellos, se los empezó a pasar con champaña.
– Al parecer se dio tiempo para escribir una breve nota con la clásica frase de exculpación… ¡Rueda! ¿Se da cuenta?… ¡Usted fue la última persona que habló con ella! ¡Si ella era noticia viva, ahora que está muerta es una bomba! – El Toro Ortigosa estaba extático, parecía que de un momento a otro le daría un ataque y se le saltarían los ojos.
– Rueda, su oportunidad consiste, en que Usted, por derecho propio, se haga dueño del tema. Quiero que se dedique de tiempo completo a la memoria de Myrne de Lorean, le daremos espacio suficiente, creemos que podemos extender el impacto en el público por meses, hay muchísima tela de donde cortar, inclusive todavía nos queda Calín y el proceso legal que pudiera enfrentar.
– ¡Imagínese! Si hace bien las cosas, podríamos darle nuevas oportunidades y quizá hasta un programa. Recuerde que sigue vacante el espacio de las 7 de la tarde…
Alfred, en ese lapso ya se había desconectado, toda su atención estaba puesta en una fotografía detrás de Ortigosa. Era de un soldado muerto en una de las tantas guerras en las que fue reportero estrella. El soldado yacía atorado en un alambre de púas, los hombros y la cabeza colgando.
Alfred se tomó 12 segundos en responderle a Oriel “El Toro” Ortigosa.
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Alfred se enteraría mucho después que, cuando renunció tanto a la oferta de Ortigosa como a su trabajo, este había tenido una crisis nerviosa. Debió suponerlo, sobre todo cuando hubo atestiguado cómo, en calidad de poseso, brinco sobre su escritorio para alcanzarlo del cuello y estrangularlo, aunque hace falta decir que, en ese intento, terminó cayendo estrepitosamente para quebrarse la quijada.
La trágica impresión que le dejó Myrne, con el paso del tiempo se fue difuminando hasta quedar en un triste recuerdo verdeazulado. Nunca se enamoró de ella, no hubiera podido. Sin embargo, en su momento y en el presente valoró la efímera comunión que sostuvieron, y que de alguna manera la mantiene unido a ella.
A veces le gusta pensar que su padre sí estaría orgulloso de él.